Mago, actor, director de teatro, locutor, profesor, diseñador gráfico… Pero, «por encima de todo, soy cuentista».
Fernando Saldaña es un «culo inquieto» que, en un determinado momento, decidió aparcar el resto de profesiones y buscar algo que le llenara de verdad. Y así fue como «ganaron los cuentos, que se adueñaron de mi oficio».
¿Quién es Fernando Saldaña?
Fernando Saldaña es un joven que está a punto de entrar en la tercera edad. Aunque los achaques de su cuerpo le contradicen, él afirma que ha encontrado la fórmula de la eterna juventud: trabajar en lo que te gusta, disfrutar con lo que haces, vivir la rutina como si fuera un reto diario y defender con pasión aquello en lo que crees. ¡Y le funciona! O eso dice él mientras recuerda con nostalgia los tiempos en que podía saltar y brincar sin que al día siguiente le doliera el alma por tantas agujetas.
Siendo de Salamanca, ¿tienes algún monumento predilecto?
Salamanca es mi pasión, mi entretenimiento, mi pasatiempo (mi hobby, que se dice hoy en día). Me encanta coleccionar libros de temática local, y dispongo de una mediana biblioteca.
Si tuviera que decantarme por algún rincón… ¡La Cueva de salamanca! porque está cargada de leyendas, de sabiduría, de historia que se mezcla con la fantasía. Y porque me permite comprobar el deterioro de nuestros edificios ante la pasividad de unas instituciones que presumen de cuidar el patrimonio mucho más de lo que se ocupan de él.
¡Ay, si don Enrique de Villena levantara la cabeza!
Cuéntanos sobre tu carrera profesional
Ante todo, por encima de todo, soy cuentista. Cuentacuentos, lo llaman otros. También soy mago, y actor y director de teatro.
Soy culo inquieto y publiqué durante diez y seis años un chiste diario en el desaparecido ‘El Adelanto’ (y en algunos otros periódicos). De aquella época me queda el seguir creando viñetas cada día (y van casi diez años) en un blog que me sirve de desahogo político, aunque no funciona: las penas no se pasan analizando la realidad a través de un chiste.
He pasado por la radio, por las televisiones locales… Fui diseñador gráfico, editor de prensa, locutor de libros parlantes, locutor de documentales, profesor de informática…
Busqué, busqué aquello que me llenara plenamente, y ganaron los cuentos, que se adueñaron de mi oficio. Casi, casi hace treinta años que vivo del cuento y se vive bien. Sin alardes, sin poder permitirte caprichos, pero con una enorme sonrisa cada vez que trabajo.
¿Cómo empezaste en el mundo de los cuentos?
Tengo la impresión de que el cuento me buscó a mí. Había contado muchas veces en fuegos de campamento, en los años de asociacionismo juvenil, y me gustaba.
En el año 1993, quizás porque el estudio de las leyendas salmantinas ya me apasionaba, el Ayuntamiento me contrató para contar la historia y leyendas de la Cueva de Salamanca el día de su inauguración. Gustó, y aquello se tradujo en una colaboración en una cadena de radio que duró siete años, durante los cuales contaba una leyenda semanal. También me sirvió para contar a escolares que iban a visitar el recinto, de la mano del IME (Instituto Municipal de Educación). Comprendí entonces que podía ganarme los garbanzos con este oficio, que fue desplazando locuciones y publicaciones de prensa… Y acerté. El cambio ha funcionado hasta hoy, y no tengo ningunas ganas de jubilarme.
¿Cuál es tu fuente de inspiración para crear las historias?
Si las invento para niños, la comedia. Me encanta la risa en la infancia. Creo que es imprescindible. Justo por delante de respirar, comer o beber. Un día sin risa en la vida de un niño, creo que es aumentar el riesgo del porcentaje de contraer el cáncer, de sufrir un infarto, de tener hernias o úlceras estomacales. La risa es vida.
Cuando pienso en los adultos, me dijo llevar. No mando yo, manda mi estado de ánimo y yo le obedezco.
Con los adultos me gusta meter siempre alguna puya política, criticar, compartir sentimientos, opinar. Con los niños, jamás hablo de política. ¡Jamás! Ya tendrán tiempo de adulterarse cuando se hagan mayores.
¿Qué quieres contar o transmitir con ellas?
Como cada historia es un mundo, sus objetivos son variados. Sí hay algo que caracteriza mis espectáculos es que me gusta mucho jugar con las emociones del público e intento que vivan muchas diferentes: que se rían, porque quiero que se rían; que piensen, porque deseo que piensen; que entristezcan, porque también es necesaria la pena. Y todo ello unido en torno a un espectáculo que los lleva de una emoción a otra, como el viento, como mueve el mar una botella de plástico arrojada a las aguas por algún marrano o abandonada en la playa por un indeseable.
Definitivamente, me gusta transmitir emociones.
¿Cómo sueles interactuar con el público en tus obras?
Cuando se trata de la palabra, dejo que mande la voz, la entonación, el discurso.
Cuando interpreto un personaje teatral, dejo que sea él, con su personalidad ajena a la mía.
Cuando hago magia, el respeto por el público. Jamás compartiré la manera de trabajar de algunos colegas de oficio que ridiculizan a un espectador o espectadora para que se ría el resto de la sala. Eso no es magia, ni oficio, ni profesión. Es ruindad y mediocridad. Sin respeto, no hay arte.
Cuando mezclo cuentos, personaje y magia me lo paso en grande y eso siempre es contagioso. Quizás ahí esté la clave, en contagiar al público, envolverlo, mimarlo.
¿Qué sientes los minutos antes de colocarte ante el público?
Creo que disfruto el 98 o 99% de mis actuaciones, así que, siento felicidad.
Ante un estreno, miedo. Mucho miedo. Se me cae por los bolsillos. Y nervios.
Cuando el espectáculo ya está rodado, siempre hay un toque de hormigueo en la boca del estómago. La gente ha ido a verte, a disfrutar contigo, y eso implica cierto grado de responsabilidad.
Creo que el nuestro es un oficio que no acepta acomodo, que no nos permite relajación… Aunque nos colma de disfrute.
Háblanos un poco sobre los cursos de formación que impartes
¡Anda! Se me había olvidado que esa es otra de las facetas profesionales que me ayudan a llegar a fin de mes.
Imparto cursos en solitario o con Noelia González Marcos (Carioca). No son cursos muy convencionales, a veces los convocantes no saben muy bien cómo calificarlos.
Enseñamos a contar y a vivir los cuentos; trabajamos mucho el tema del bebé: lo que les gusta, lo que se les puede ofrecer, cómo llegarles a través de un espectáculo…
Y la creatividad. La creatividad no es un don innato, se puede educar. Hay técnicas que sirven para ello. Lo descubrió hace mucho el mundo empresarial y nosotros nos hemos llevado su trabajo al mundo de las actividades, los cuentos, la magia… Ser creativo es cuestión de proponérselo.
Los cursos nos han permitido conocer gentes e instituciones. Gentes maravillosas, con ganas, que viven su trabajo, que desean mejorar el día a día.
¿Alguna anécdota sobre los espectáculos que recuerdes con cariño?
¡Qué pedante resulta decir que hay muchas! Me voy a quedar con una que me hizo mucha gracia. Unos meses antes del parón por la pandemia, estaba contando cuentos en un aula de primero de infantil (tres años). Tengo una prominente barriga, eterno embarazo de gemelos. Al acabar la sesión se me acercó una niña, miró mi estómago y me preguntó: “¿Vas a tener un niño o te lo has comido?”
Me encantó, porque refleja la ingenuidad de los más pequeños, sus razonamientos, su sinceridad.
¡Cómo me gustaría no haber perdido nunca esa manera de comunicarme con los otros! Veraz, indiscreta, pero no faltona, inteligente.
Lástima que crezcamos. Lástima que nos hagan adultos. Lástima que nos adulteren.