Morir con redes sociales

- en Cultura
fernando sanchez drago

Que Internet ha cambiado nuestras vidas es algo que ya no admite discusión. Pero Internet también nos está cambiando la muerte.

Cuando una persona pública muere, en redes sociales —como Twitter— sucede un fenómeno incomprensible, digno de estudio. Junto a las condolencias naturales se desata una tormenta de odios, revanchas y hasta celebraciones. Proliferan perfiles que bailotean sobre la tumba de otros perfiles, como si la muerte no fuera algo real que te puede ocurrir también a ti dentro de un minuto.

Desde siempre la muerte nos hermana. Famosos o anónimos, de derechas o de izquierdas, pobres o ricos, da igual como seas tu también vas a morir. Por eso, porque somos hermanos de destino, siempre hemos guardado profundo respeto ante cualquiera que se ve obligado a abandonar este viaje de vivir. Y daba igual si era amigo o enemigo.

Los bailarines de tumbas llaman a esto hipocresía, pero se llama humanidad. Cuando alguien que ha emprendido cualquier viaje hace balance al final del mismo, se queda con lo bueno. Sería absurdo, poco inteligente y muy negativo recordar cosas como el agobio del calor, el retraso de los transportes o al señor que no paraba de hablar en el tren cuando tú sólo querías dormir. Y con la vida pasa igual.

Cuando termina el viaje de alguien por este mundo, los que aún estamos en él debemos intentar salvar lo bueno, olvidar lo malo y respetar en silencio si no se te ocurre nada positivo que decir.

Porque eso es lo inteligente, lo que pide el cuerpo, lo que nos dicta esta naturaleza nuestra tan terriblemente mortal.

Algo de humanidad se está perdiendo en las redes sociales, cuando a tantos perfiles les parece bien celebrar que una persona que acababa de hacerse un selfie con su gato, un minuto después ya no esté.

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