Compostela y el día que cambió la historia del fútbol salmantino

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Compostela - Unión Deportiva Salamanca

El 24 de julio de 2018 amanecía soleado. Después de un mes de locos, el Salamanca UDS se jugaba en Compostela recuperar la Segunda División B. El empate del partido de ida en el Helmántico obligaba al conjunto charro a dar el ‘do de pecho’ en otro estadio histórico, San Lázaro, ahora Vero Boquete. Otro estadio de Primera, con su pista de atletismo, con su amplia grada y con sus columnas rezumando historia.

Pero no jugaba sólo el Salamanca UDS. Jugaba toda una afición, jugaba toda una ciudad. Una afición que, durante los últimos tres años había ido creciendo de forma exponencial hasta recuperar la esencia de los grandes momentos, la de enarbolar la bandera de la Unión, orgullosa de su escudo y de su ciudad. Justo el día antes, otro equipo de la ciudad, Unionistas, había ascendido también a Segunda B.

Fue un día especial para mí. Después de dos noches sin dormir, a las 10 horas enterraba a mi padre. En mi cabeza el sufrimiento de sus últimas horas y mi familia, pero sentía la obligación de poner la guinda al trabajo de casi cuatro años. De hecho, hasta el psicólogo me lo recomendó. Dejé el coche en la parte alta de la avenida de Portugal y fui bajando por la Avenida Italia hasta la Biblioteca de Gabriel y Galán. Durante el trayecto todos los recuerdos del mundo y todas las lágrimas que pude derramar. Mis recuerdos personales y los recuerdos de horas y horas trabajando para devolver al club al lugar donde debía estar. Horas sentados junto al ordenador para corregir comunicados, aportar textos, …

En Gabriel y Galán ya estaba todo el mundo preparado. Era una especie de salida hacia un campamento de verano pero a lo bestia. Con centenares de personas que esperaban ansiosos el número de su autocar dispuestos a vivir un sueño.

Mayores, pequeños, jóvenes, no tan jóvenes, niños, bufandas, banderas, algún bombo, pero… sobre todo ilusión y nervios y así iniciamos el largo viaje hasta Compostela. A mitad de camino degustamos una de las mejores tortillas de patata, cortesía de nuestra amiga Bélen. Allí iba Dani DJ, medio sopa pues había currado el día antes hasta altas horas de la madrugada. El resto matábamos los nervios como podíamos. Esa sensación de querer dormir y no poder, atentos a todo lo que sucedía. Viendo cómo los jóvenes se pintaban la cara. Viendo sus miradas, su tránsito hacia un momento que no olvidarían ya jamás.

Y llegamos al Vero Boquete. Reunión de pasado y presente del Salamanca. Allí nos reencontramos con mucha gente, todos unidos por un sueño.

Un minuto de silencio por papá. Para una familia humilde y trabajadora como la nuestra, fue un reconocimiento que jamás olvidaremos y que nos inundó de emoción. Y pitido inicial, y a currar. En esa época trabajábamos para un digital, además de ejercer de jefe de prensa del club. Dos horas extrañas, sólo sobresaltadas por aquel gol de Garban en el minuto 27. Tenía que ser él. Si alguien se merecía pasar a la historia por ese gol era él. Salmantino, formado en la casa, con pasado también en Santa Marta y Guijuelo, un currante del fútbol que había tenido que salir para buscarse la vida y que había regresado, cual hijo pródigo, para devolver al Salamanca a su lugar, y vaya si lo hizo poniendo en el segundo palo el balón donde nadie podía llegar.

Pero, sobre todo, desatando el delirio de más de mil seguidores blanquinegros, de los de antes y de los de ahora. A partir de ahí, un equipo que supo templar los nervios y dominar la situación y un equipo que se convirtió en un quiero y no puedo. Una hora de emoción a raudales, pero una hora que terminó en un estallido de emoción y de alegría. El césped del Vero Boquete se llenó de móviles que querían guardar un recuerdo, de cámaras de fotos, de banderas del Salamanca en la cintura, de bufandas en la cabeza, de abrazos, de sentimiento. Es el sentimiento el motor del mundo. El sentimiento nunca muere y, si alguno lo deja morir, ‘chungo matarile’ para él. Es su problema. Le costará volver a ser feliz… seguro.

En mi retina se quedará el cariño que me dio toda la gente, el cariño del recordado Ángel Martín, el Luky y su futura señora y el de mucha gente cuyo recuerdo se ha quedado en mi corazón de por vida. Jamás olvidaré el frenazo a mitad de camino de María Hernández en el regreso para darme un abrazo porque no me había podido ver antes.

Son detalles, son recuerdo, son momentos que quedan para siempre en la memoria de uno. Son momentos que quedan para siempre en la historia de un club y de una ciudad.

Afortunados los locos que pudimos vivirlo y sentirlo. Los que lo disfrutamos, los que sufrimos durante noventa minutos. Los que nos volvimos locos de alegría, unos la expresaron de una forma, otros de otra, pero, sin duda, es un momento que queda ya en la historia de Salamanca y de su fútbol. Hoy hace tres años y muchas cosas han cambiado, pero lo que nunca cambiará es lo que ya vivimos. ¡Que nos quiten lo bailao!

Autor

Periodista y comunicador. Licenciado por la Universidad Pontificia de Salamanca.