Esta carta nace desde el corazón, desde el amor de una madre que ve pasar los años y siente que hay cosas que quedan por decir y hacer, pero que no encuentra el momento para hacerlo.
Tiempo.
Bien que se nos escapa de las manos sin darnos cuenta.
Tiempo.
Se va como se escapa un suspiro imprevisto, natural, tan volátil que es imposible agarrarlo para que no se vaya, que se escurre entre los labios, aunque los cierres precipitadamente.
Tiempo.
Que se evapora sin poder retenerlo y, cuando nos damos cuenta, ya ha pasado demasiado como para hacer o decir según qué cosas.
Ser madre es el oficio más difícil, laborioso, cansado, desagradecido, tortuoso que existe.
Veinticuatro horas al día, trescientos sesenta y cinco (o seis) días al año mal remunerado.
Múltiples funciones en una misma persona, da igual el tamaño de la misma.
Siempre quieres y deseas hacerlo mejor, pero, al final, lo haces como buenamente te dejan o puedes, pues eres, sobre todo, una persona con sus limitaciones.
No te equivoques, no tenemos una capa mágica, no somos Wonder Woman, ni tenemos poderes mágicos, aunque según a qué edad lo parezca.
Somos brujas porque hemos ido adquiriendo sabiduría con el paso de los años y experiencia, pues hemos pasado por las mismas etapas. Antes de ser madre, fui como tú, a pesar de que a veces puede que lo olvidemos
Intentamos llegar a todo o a casi todo, quitando horas de otros momentos; olvidándonos, a veces, de cuidarnos, para cuidar y estar presente en todo y para todos.
Herencia adquirida de la que es difícil deshacerse, aunque quieras renunciar a ella.
No podemos ser amigas, porque esa función no me corresponde; pero sí podemos labrar una confianza que consiga que, finalmente, me cuentes casi todo lo que te atormente, que me busques para recibir cobijo, comprensión, ternura, un abrazo que lo solucione todo, unas palabras de aliento y consuelo.
A veces no somos capaces de hacerlo porque la vida nos arrolla y el ritmo vertiginoso nos arrastra igual que la corriente de un río embravecido.
No soy tu enemiga.
No soy tu amiga.
Soy tu madre. Con todo lo que implica. Incondicionalmente. Así lo ha querido el destino o la naturaleza.
Soy esa persona en la que puedes confiar, con la que puedes contar en las buenas y en las no tan buenas. Sobre todo, en las segundas.
Lo hago lo mejor que puedo, porque aún sigo aprendiendo, al mismo ritmo que tú te vas moviendo por este mundo mezquino. Pero es que tú corres demasiado y yo voy con una mochila demasiado pesada a la espalda que no soy capaz de vaciar.
Con el paso de los años, sigo intentando inculcarte los valores que considero que son importantes y necesarios para que seas una persona de bien (como se solía decir) en este mundo insensible y nada empático.
Lograremos que algo cambie. Porque las hormiguitas, trabajando juntas, conseguiremos mucho.
Soy tu madre. Aunque no me hayas elegido. Aunque pienses, en ocasiones, que estoy en tu contra porque no digo lo que quieres escuchar, porque estoy detrás de ti diciéndote, pidiéndote, aconsejándote, dejándote hacer y esperando, atenta, por si caes para poder ayudarte a levantar.
Soy tu madre. Aunque pienses que no te entiendo ni te comprendo. Aunque a veces te odie y esté cansada. Aunque a veces me odies y te enfades porque te sientes una incomprendida y perseguida. Aunque pienses que invado tu espacio, cuando en realidad trato de dártelo, pero intentando que adquieras unos compromisos por el bien de las dos, por tu bien.
Soy tu madre, por los siglos de los siglos. Aunque estés a cientos o miles de kilómetros. Aunque ya no esté en este mundo.
Aunque a veces no lo parezca, te quiero.
Recomendación literaria: “Mamá al rescate” de Raquel Díaz Reguera
Recomendación musical: “Mama Tierra” de Macaco