Érase una costumbre a una playa encaprichada.
Érase una sombrilla a una arena fija y ventosa clavada.
Érase una pareja que brindaban en la misma orilla.
Dícese de lo cotidiano, a veces vulgar, pero no en vano.
Érase un país que mil veces visitaron.
Érase un bravío mar con sus barcos faenando aquel bacalao codiciado.
Dícese de ese acento, con olor a incienso.
Érase esa decadencia que no cansa y embelesa.
Dícese que la costumbre sigue en uso y para quienes renieguen de ella, su desuso.