Pues resulta que el otro día me plantan el partido de fútbol del niño mayor a las nueve de la mañana. Así sin consultar. A dolor vivo. Sin miramientos. Madrugón al canto un sábado cualquiera de febrero. Citados todos los niños por su entrenador una horita antes. Para entrar en calor. Sin contemplaciones.
A todo esto, tenéis que contar con otra horita antes para despertar al muchacho y que desayune con fuerza, no sea que se quede sin gasolina en mitad del partido. Lógicamente, y como os pasará a muchos de vosotros, hay que añadir una horita que usa un servidor para acicalarse y estar relajado en el servicio sin que nadie le moleste y media hora, a mayores, para apagar la alarma unas diez veces antes de incorporarme como una gacela del musical “Rey León”.
Si eres capaz de no equivocarte en los cálculos anteriormente citados, verás que me toca poner el puñetero despertador a las cinco y media de la mañana ¡Maravilloso!
Y te preguntarás “¿A qué viene todo esto?” Pues no sé decirte, pero me apetecía plantearlo así, de inicio. Sin consultar. A dolor vivo. Sin miramientos.
Bueno a lo que vamos. Resulta, como todos sabéis, que Salamanca no es una ciudad que se reconozca a nivel mundial por su excelente clima. Más bien: todo lo contrario. Hace un frío de cojones. Hablando mal y pronto. Pero mucho frío. Fijaros si hace frío que en ocasiones veo pingüinos por mi barrio jugando en esas “tirolinas” que nos ha proporcionado el Ayuntamiento para molestar en las horas de siesta a los que nos levantamos los sábados bien pronto para llevar a nuestros hijos al fútbol. En esas.
En esto que comienza el partido y yo no podía con el dichoso frío. A los cinco minutos me da por mirar al padre de un compañero y su cara era el reflejo de la felicidad plena ante la bajada abusiva de las temperaturas. Es más, estaba hasta con la cazadora sin abrochar. Qué verdadero despropósito. No pude por menos que preguntarle el motivo de esa satisfacción térmica y comenzó a enseñarme cositas. De primeras me enseño una batería conectada a través de un cable corto a una faja que le proporcionaba un calor intenso en la zona lumbar. La camiseta interior tenía unos geles que aumentaban la temperatura corporal. La gorra tenía una pequeña bolsa de calor que le mantenía bien caliente la cabeza. En los pies llevaba dos plantillas térmicas, enganchadas ambas, con un cable que pasaba por la entre pierna del pantalón. Y en las manos llevaba guantes, último modelo de aislamiento para uso en condiciones extremas con pilas recargables.
Vamos, que si llueve en ese mismo instante le pega un petardazo, con tanta batería, que aquello parece el primer premio de las mascletás de Valencia. Adjunto definición por si alguno no sabe lo que es:
Disparo pirotécnico que conforma una composición muy ruidosa y rítmica que se dispara con motivos festivos en plazas y calles, normalmente durante el día; es típica de la Comunidad Valenciana. Recibe su denominación de los masclets ligados mediante una mecha conformando una línea o traca.
O mejor dicho: A lo “Ramoncín”. Por algo lo llamaban el rey del pollo frito.
Terminamos la conversación y después de meditarlo unos instantes y plantearme la posibilidad de comprarme dichos elementos, preferí pasar todo el frío del mundo antes que correr semejante riesgo. Que no está la cosa para bobadas.
Moraleja:
“Cuando el grajo vuela bajo es porque no tiene dinero para artilugios térmicos”.