Mamá está rara.
Mamá tiene algo en la cabeza que la sobrevuela.
Mamá no me da besos como antes.
Mamá me abraza demasiado fuerte.
Mamá canta y no me escucha.
Mamá se ha dejado quemar la comida.
Mamá actúa.
Mamá me cuenta cuentos de buenas noches.
Mamá.
MAMÁ.
¡MAMÁ!
Y mamá se encuentra escondida en el rincón más oscuro de la habitación más alejada de la casa tan pequeña en la que vive.
Mamá tiene un cúmulo de sentimientos que están luchando en su interior.
Mamá ha dejado en el cesto de la ropa sucia su capa de superheroína porque está cansada de llegar a todos lados, pero no disfrutar de ninguno.
Mamá está con el mandil, sucio, lleno de lámparas, como diría su abuela, porque se le olvidó meterlo en la lavadora mientras estaba en el baño preparando el momento traumático y escandaloso de bañarse con pelo. ¡Qué atrocidad tan grande!
¡Qué cosas! El baño que para ella es el momento, aunque sea por unos segundos, en los que se relaja. Deja caer el agua sobre su cabeza, deslizándose por su cara, cerrando los ojos para tratar de pensar en nada, cae por su pecho, surcando su abdomen para llegar a sus piernas y acabar, como casi todo, recorriendo el camino que le lleva al desagüe.
Hasta que, de pronto, oye la palabra mágica que siempre creyó que iba a amar, pero que, a veces, la odia con todas sus fuerzas.
¡¡¡MAMÁ!!!
Se lava el pelo deprisa. El jabón le entra en los ojos. Tose porque ha abierto la boca y el chorro de agua ha dado en la diana, inundando su garganta a la que no le ha dado tiempo a procesar todo el líquido que entraba.
De pronto, unos golpes en la puerta. Forcejos con la manilla. Esa que tantas veces se ha llevado por delante, creándole moratones, como consecuencia de las carreras improvisadas por el pasillo al grito de ¡BAÑO!
Unos torbellinos o huracanes toman el cuarto de baño.
Se acabó la paz. Ni un minuto.
Voces, empujones, golpes en la mampara, gritos…
Y ella se quiere hacer pequeña. Crear una burbuja a su alrededor, por unas horas, para encontrarse, para cuidarse, para descubrirse, para estar en soledad, sin más.
Recoge la capa de superheroína, se cubre con ella y abandona el baño seguida por su séquito que baila a su alrededor diciéndole la cantidad de cosas que debe hacer antes de anochecer. Mientras, unas huellas de agua van recorriendo el pasillo y no son capaces de evaporarse como por arte de magia.
Se sienta y desaparece.
Libro: “A veces mamá tiene truenos en la cabeza” de Bea Taboada e ilustrado por Dani Padrón.