La precariedad laboral afecta profundamente a quien la sufre; al convertir el futuro en algo incierto, impide cualquier previsión racional y, en especial aquel mínimo de fe y esperanza en el futuro que es preciso poseer para rebelarse, sobre todo colectivamente, contra el presente, incluso el más intolerable. – BOURDIEU
Realizar un sueño que vuela hacia lo más alto de tal manera que a través del trabajo libre, creativo, participativo y solidario, el ser humano exprese y acreciente la dignidad de la propia vida. – Papa Francisco
Cada 7 de octubre se celebra la Jornada Mundial por el Trabajo Decente, donde sindicatos, ONGs, la propia Iglesia Católica se movilizan en numerosos eventos, mesas redondas y manifestaciones en la calle, reclamando un trabajo decente y digno esencial para la vida de millones de personas. El trabajo decente, debe ser un elemento central en las acciones gubernamentales, dando prioridad a las personas y no a los grandes capitales, necesario para unas sociedades más solidarias y más justas.
Vivimos en una profunda crisis no solo de valores, las contradicciones del propio capitalismo, está provocando que el trabajo humano esté perdiendo su verdadero sentido. Esa quiebra entre el trabajo y la actividad creativa, entre el trabajo y el capital, se está manifestando en el rechazo y aversión por el trabajo cotidiano, la pérdida del significado del trabajo, así como una creciente precarización laboral.
La Iglesia por un Trabajo Decente, denuncia que aún quedan demasiadas situaciones de vulnerabilidad vinculados al trabajo en nuestro país. La actual situación inflacionista, provocada inicialmente por el aumento desmesurado los beneficios de las empresas de energía, tiene como consecuencia directa el crecimiento del coste de la cesta de la compra y de la vida de las familias trabajadoras. Este contexto es también una amenaza para el empleo que sigue tensionado por el impacto de la pandemia.
La diferencia entre las sociedades actuales y las de hace unos años suponía, que desarrollar una actividad remunerada, era una garantía de integración social que te permitía una vida más allá de la pobreza. Para muchos trabajadores en nuestro país, tener empleo no es una garantía de exclusión social y de pobreza, ha aumentado la temporalidad laboral, también ha disminuido las prestaciones sociales, además de bajadas sustanciales de retribuciones, abaratamiento del despido y modificaciones de los contratos de formación y tiempo parcial.
El Papa Francisco insiste en la importancia de la dignidad del trabajo y del trabajo digno para la realización de la dignidad humana, la lucha contra la pobreza y la configuración de una sociedad más justa y solidaria. Si falta el trabajo, la dignidad humana está herida. El trabajo decente es esencial para enfrentar los desafíos actuales de creciente injusticia social y desigualdad, reforzando al mismo tiempo la dignidad humana y contribuyendo al bien común. Invitaba Francisco a una “coalición mundial a favor del trabajo decente”, asumiendo los llamamientos de la Organización Internacional del Trabajo.
Ante el constante paro y la precariedad laboral, se hace necesario señalar una humanización del mundo, de la cultura, de la economía, del trabajo en base a los derechos humanos y la justicia desde los más necesitados, estableciendo relaciones de solidaridad entre los trabajadores. Para ello no solo es necesario denunciar el trabajo indigno, también luchar por un mejor reparto de la distribución de los bienes. Denunciar y modificar la idolatría de los mercados que ha impuesto el modelo liberal, que antepone la libertad sobre la justicia y la igualdad, posibilitando la especulación sobre la distribución de las rentas, creando paro y precarización laboral.
Según la OIT, La creación y promoción del empleo es el elemento central en el Programa del Trabajo Decente. Promueve la realización personal, el mantenimiento personal del trabajador y el de su familia, ayuda a las sociedades a alcanzar las metas de desarrollo económico, mejora los niveles de vida de los ciudadanos y contribuye al progreso social.
La OIT recomienda que todas las personas tengan cobertura de seguridad social, que debería incluir medidas de reglamentación de la seguridad de los ingresos básicos. La protección laboral debería también crear condiciones de trabajo saludables y seguras, así como la protección de los salarios y un horario de trabajo decente.
El tercer pilar del trabajo decente es el diálogo social, cuya finalidad es promover la creación de consenso y la implicación democrática de los principales participantes en el mundo del trabajo. Si el diálogo tiene éxito puede contribuir a resolver importantes cuestiones económicas y sociales, promover la paz y la estabilidad e impulsar el progreso económico.
Cáritas, La HOAC, CONFER, Comisión General de Justicia y Paz, Juventud Obrera Cristiana, impulsan dinámicas de sensibilización, visibilización y denuncia, en todo el país. Subrayando que trabajo es una cuestión central en la sociedad y esencial para la vida de millones de personas. El lema de este año, sin hombres y mujeres comprometidas, no será posible el trabajo decente. Por ello, convocamos y animamos a movernos por el trabajo decente en esta Jornada Mundial, a participar en los actos reivindicativos y celebrativos en todas las plazas y parroquias de las diócesis, en su organización y difusión. Que esta toma de conciencia se vaya convirtiendo en compromiso diario por el trabajo decente.
Cito para terminar este artículo, unas palabras de José Luis Segovia Bernabé (Josito), que afirma que como cristianos ser compañero de Jesús nos exige ponernos del lado de todas las víctimas y excluidos del mundo obrero, ejercer de samaritanos y nicodemos, a la par de levantar la voz proféticamente ante toda pretensión de idolatrar un sistema económico que impide la dignificación del ser humano.