Propiedad

- en Firmas
Lourdes Francés

Desde el mismo momento del nacimiento reconocemos a nuestra madre por su olor y si pudiéramos hablar en ese instante, nos referiríamos a ella como “mi madre”, portadora de los senos que me alimentan, con ese doble sentido de propiedad y de pertenencia que nos unirá a ambos durante toda nuestra vida.

Y de forma recíproca, ella, la madre, dirá con legítimo orgullo, que ese recién parido que soy yo, tan débil, llorón e indefenso en esos primeros instantes de vida, gestado en su vientre durante nueve meses, es con toda justicia “su hijo”.

-Éste es “MI HIJO”, dirá conmovida ella, sin que ninguna otra madre más en el mundo pueda atribuirse esa relación tan íntima.

Pero nadie que esté ahora leyendo esto sería capaz de colegir que en esta relación de pertenencia materno-filial pueda existir una relación de propiedad al uso, tal y como la ejercemos con las cosas que nos rodean y que son nuestras y no de otras personas porque las hemos adquirido con nuestro dinero o han llegado a nuestro poder por herencia o por dación de otro.

Los objetos materiales pueden ser de nuestra propiedad: mi casa, mi coche, mis libros, mis vestidos…, pero nunca lo serán las personas: mi padre, mi marido, mi hijo, mis hermanos, mi familia, mis amigos, mis compañeros, mis pacientes, mis vecinos, mis colegas, mis enemigos… Todos y cada uno establecen una relación conmigo: interactuamos en planos de vida, emocionales, sentimentales, laborales, pero no me pertenecen, ni yo les pertenezco a ninguno de ellos.

No me pertenecen aunque los ame con intensidad y devoción, y por supuesto, los frutos de su trabajo intelectual y material no son míos y no puedo hacer uso de ellos sin estar debidamente autorizado.

Esto se entiende muy bien desde el respeto debido a la persona con la que nos relacionamos y por regla general se suele cumplir de una forma absoluta en la sociedad en la que nos desarrollamos: mi amigo no ocupa mi casa cuando no estoy, ni mi colega coge mi coche sin permiso, ni mi paciente se lleva una lámpara de mi consulta, ni mi colega “fusila” un trabajo de investigación sin referenciarlo con mi autoría.

Existe una propiedad intelectual, intangible en muchos casos, que forma parte de nosotros y de nuestra esencia, fruto de nuestro talento, esfuerzo, trabajo y dedicación, que a veces nos es arrebatada, robada sin contemplaciones y etiquetada como si fuera producto del trabajo manual, emocional o mental de otra persona ajena, la mayoría de las veces desconocida.

Es posible que no exista malicia en ese hurto de una foto personal que subimos a Instagram o a Facebook para utilizarla con fines espurios creando un perfil falso en una página de contactos. O que con las herramientas de “cortar/pegar” nos fusilen pensamientos en prosa y poesías que pueden no ser demasiado originales ni bellos, pero que hemos elaborado con esfuerzo y es algo que compartimos porque haberlo creado nos hace sentirnos orgullosos.
Yo no voy a dejar de subir mis fotos a Facebook ni a Instagram para evitar que algún desalmado sin escrúpulos las robe y las emplee para crear perfiles falsos en páginas de contactos con mi nombre; ni voy a dejar de compartir mis escritos, aunque leer lo que he escrito yo con mi trabajo y guiada por mi inspiración en el muro de una persona a la que no conozco, como si la autoría fuera de ella, sin que figure la procedencia, me cause ahora indignación y rabia.

Sé que la inmensa mayoría de los que curioseáis lo que produzco tenéis buena Fé y por eso y porque estoy en una etapa de mi vida que aprecio mucho la libertad de hacer lo que quiero, os prometo que no me voy a arredrar y voy a seguir mi camino como hasta ahora.

Yo no pertenezco a nadie. Y si alguien quiere compartir lo que digo, espero que de aquí en adelante ponga su procedencia.

Autor

Cirujana Ortopédica y traumatóloga. Runner popular.