Llegué a sentir tus caricias a pesar de la distancia que nos separaba. Y las disfruté cuando nuestros cuerpos se encontraban.
Sentí cada mirada que me lanzabas y, dentro de mí, mi corazón sonreía de alegría.
Lograste transmitirme paz y serenidad cuando más falta me hacía.
Conseguiste que, a pesar de las dificultades, la palabra “amor” volviera a tener un significado. Ese amor de pareja, de compañeros, …
Eran cortos los momentos de encuentros, pero siempre nos encontrábamos a escasos metros de distancia gracias al teléfono.
Cómplice y amigo, confidente y apoyo en esos momentos en los que más perdida me creía sentir, cuando el enfado hacía acto de presencia y necesitaba sacar todo lo que a borbotones se estaba cociendo en mi interior. Compañero de risas y de buenas noticias.
Largos paseos para contarnos, para mirarnos, para sentir.
Sentir que las mariposas del estómago dejaban de revolotear.
Sentir que, de pronto, era consciente de que había dejado de sentir y que cada vez estabas más lejos y yo también.
Sentir que no sabía cómo expresar lo que había dejado de notar en mi interior, sin sentir que te hacía daño. Dejarse llevar como opción más sencilla, pero no por ello la mejor.
Sentir que no nos mirábamos igual y que algo se había roto sin querer darnos cuenta.
Sentir que aún había amor, pero no de la misma manera.
Sentir las lágrimas resbalar por las mejillas porque no habíamos sido capaces de expresar con palabras lo que se había roto por dentro sin darnos apenas darnos cuenta.
Sentir sin dejar de sentir y dejar fluir para que todo se acomodara, aunque algo había cambiado.
Sentir, siempre, sentir.
Recomendación musical: Coincidir de Macaco