Un vagabundeo incierto

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«La desaparición de la otredad significa que vivimos en un tiempo pobre de negatividad» BYUNG-CHUL HAN

Me resultó muy enriquecedor el libro del filósofo coreano Byung-Chul Han: “La sociedad del cansancio”. Lo he recordado en pleno anuncio de un invierno donde nos tendremos que apretar los cinturones energéticos. El gas y la luz cada vez más caros, se hace necesario buscar soluciones para abaratar sus costes y establecer relaciones de solidaridad energética entre los países. Pero no nos engañemos, no solo la guerra de Putin, las diferencias y derroches, vienen de periodos donde se estableció una globalización desbocada, que provocó fuertes desigualdades e injusticias.

Parece que los medios al servicio del poder, quieren convencernos que estas desigualdades e injusticias no son causa de nuestro modo de pensar y actuar de nuestro tiempo, además de políticas regresivas al servicio de los que más tienen. Quieren convencernos que el pensamiento es neutro, pero estamos inmersos de lleno en una enfermedad del pensamiento, es lo que se ha venido en llamar la sociedad del cansancio.

Cada época tiene sus propias enfermedades, en la nuestra, asistimos a la enfermedad neuronal, así como la depresión, el déficit de atención con hiperactividad, el síndrome del desgaste ocupacional, el desgaste pandémico. No son sólo enfermedades, son auténticos infartos provocados por el exceso de positividad. Vivimos en la época inmunológica. En nuestras sociedades del vacío y postmodernas ha desaparecido la otredad, y aparece una nueva patología de lo idéntico dónde no se conjuga la extrañeza. La otredad generaría una enfermedad o una reacción adversa contra la cual la sociedad debería actuar mediante su destrucción. La extrañeza se reduce también a una fórmula de consumo.

La sociedad del siglo XXI, no es una sociedad disciplinaria, es una sociedad del rendimiento, una sociedad de gimnasios, bancos, torres de oficinas, laboratorios genéticos y centros comerciales. Un mundo que se transforma con el fin de aumentar el rendimiento, con el afán de maximizar la producción, la positividad del poder es mucho más eficiente que la negatividad del deber. Hemos llegado a ser el hombre que sólo trabaja, un individuo indefenso, desprotegido frente al exceso de positividad.

El individuo ya no tiene ninguna soberanía, es un animal laborans que se explota a sí mismo, sin coacción externa, es un individuo depresivo por ese exceso de positividad. Este individuo de rendimiento se abandona a la libertad obligada o a la libre obligación de maximizar el rendimiento. El exceso de trabajo y de rendimiento se agudiza y se convierte en autoexplotación. El explotador es al mismo tiempo el explotado. Esta autorreferencia crea una libertad paradójica.

El exceso de positividad se manifiesta como un exceso de estímulos, informaciones e impulsos, quedando la percepción fragmentada. Además, el aumento de la carga de trabajo, requiere una particular técnica de administración del tiempo y de atención, repercutiendo en la estructura de ésta última. Esto no significa un progreso para la civilización, es una auténtica regresión, ya que es la misma técnica utilizada por los animales salvajes en la supervivencia de la selva. El animal salvaje está obligado a distribuir su atención en diferentes actividades, cazar, no ser devorado, cuidado de las crías, alejar a otros del botín, etc. Los juegos de ordenadores provocan una atención parecida a la del animal salvaje, estos cambios de estructura en la atención provocan que estas sociedades tardomodernas se acerquen claramente al salvajismo.

El pensamiento y los grandes logros culturales de la humanidad, pertenecen a la realización de una atención profunda y contemplativa, muy alejada de esa atención múltiple y dispersa de la sociedad disciplinaria y del rendimiento. Se requiere un entorno apropiado para que sea posible una atención profunda: silencio y lentitud. Pero está siendo sustituida por una cultura de una atención dispersa, por un acelerado cambio de foco de diversas tareas, focos de información y procesos. Sin paciencia para escribir un poema. El marketing comercial, los teléfonos móviles con todas sus aplicaciones, la superinformación que nos llega a través de los medios sociales, nos producen, enfermedades neuronales, como la depresión, dificultad de atención y síndrome de hiperactividad. La falta de sosiego en nuestra sociedad desemboca en una nueva barbarie, en ninguna época se han cotizado más los desasosegados.

El cansancio destruye toda sociedad, toda cercanía, incluso el propio lenguaje. Un cansancio sin habla, sin mirada que separa, provocando un espacio de amistad indiferente. Aquí nadie y nada domina, ni tiene preponderancia sobre los demás. Ese cansancio neuronal, está muy alejado del cansancio funcional. Ésta último, es cualquier cosa, menos un estado de agotamiento, en el que uno se siente incapaz de hacer algo. El cansancio fundamental inspira, deja que surja el espíritu. El cansancio permite al hombre un sosiego especial, es un cansancio despierto que permite el acceso a una atención totalmente diferente, de formas lentas y duraderas. El cansancio profundo puede ser una forma de salvación, ya que puede devolver el asombro al mundo. Este cansancio funda una profunda cordialidad y hace posible una comunidad que no precise pertenencia, ni parentescos. El cansancio fundamental crea un entre-tiempo, un tiempo sin trabajo, un tiempo de juego, de paz, un tiempo de indiferencia como cordialidad.

Concluye Byung-Chul Han, que todos deberíamos jugar más trabajar menos. Así produciríamos más. Es una sociedad del trabajo y del rendimiento, no es ninguna sociedad libre. No nos lleva a una sociedad del ocio en la que el individuo es libre, sino ese aparente ocio lleva a una sociedad del trabajo y para el trabajo, donde uno se llega a explotar a sí mismo. La pandemia ha hecho más visible la crisis de la digitalización, también lo hará esta crisis en la que estamos inmersos. Un invierno difícil y una nueva forma sutil de esclavitud.

Autor

Profesor, historiador y filósofo.