Universidad de Salamanca: La rana de Salamanca

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Rana en la Fachada de la Universidad

La rana de Salamanca (en realidad es un sapo) es un detalle ornamental labrado en la portada del edificio de las Escuelas Mayores de la Universidad de Salamanca que con el tiempo ha cobrado importancia, hasta ser un icono de la ciudad.1​ Se trata de la representación de una pequeña rana ubicada encima de una calavera.

Extracto del libro «Un enigma salmantino: la rana universitaria» (1978), de Luis Cortés

La rana de la Universidad

El tercer bicho salmantino en el tiempo que no en la fama, pues goza de ella mayormente que los demás, al haberse alzado sobre todos en popularidad, es la ranita de la fachada de la Universidad. Esta humilde bestezuela, acapara las miradas de cuantos contemplan el admirable tapiz de piedra dorada de la portada de la docta casa, quienes la buscan afanosamente entre tanto adorno y maravilla, ya sean estudiantes novicios o turistas apresurados; de todos los cuales gustaba decir el maestro Unamuno, que no es lo malo que vieran la rana, sino que no vieran más que ella.

La rana es un enigma

Pues bien; esta universitaria sabandija es un enigma. Tiene una significación y moraleja precisa que ofrecernos. A desatar y resolver este acertijo, es a lo que aspira el alimañero que redacta estas líneas. Paréceme ser hora de que Salamanca sepa qué nos está croando este dichoso animalito, pues su ranil canto ha siglos que no se sabe interpretar.
Dejadme echar un cuarto a hermenéutica batracia y no os asustéis de tal palabra, ni menos la creáis ponderación abultadísima. Hermenéutica, sí, que como vais a ver este símbolo anfibio, se nos viene en derechura de los versículos del Apocalipsis. Más aún; el bicho es de veras hidalgo y su genealogía se hunde en la noche de las más remotas supersticiones y mitologías. Su condición batracia está patente, dudosa empero su identificación ranil. Aceptemos a título provisional tal clasificación ranesca, pues así lo ha querido la voz popular. Tiempo nos quedará, si ello fuera obligado, para hacer de ella un sapo repugnante.

La rana. No es capricho de canteros

Pues bien, entre la proliferación desmedida y ubérrima de la fachada universitaria salmantina, entre tanto elemento decorativo, entre tanto perendengue y follage artístico: alegorías, cartelas, blasones, retratos, armas, brutos mitológicos o reales, nuestro enigma: la rana. Sobre el batracio necrófilo, una frase repetida hasta la saciedad: capricho de canteros. Pues no y no y mil veces no. De capricho nada, de canteros menos. Attendite et videte.

Cucú, cantaba la rana
cucú, debajo el agua.

Sí, debajo del agua, la rana canta cucú, lo sabemos muchachos por los versos del cantarejo, pero ¿y ahora que ha salido del paular para orearse? ¿Qué canta?

Sin necesidad de andar hurgando en viejísimas creencias y mitologías que hicieron de ranas y sapos animales asociados a los muertos, cosa que ya sucedía en Egipto, y para tornar un punto de partida bíblico, como corresponde a nuestro occidente cristiano, nos fijamos en un pasaje del misterioso Apocalipsis de San Juan.

Las ranas en la Biblia

Cuando siete ángeles derraman sobre la tierra las siete copas de la divina cólera, como podrá comprobar el que leyere el capítulo XVI de tal libro profético, he aquí lo que hallará en su versículo 13: Et vidi de ore draconis et de ore bestiae et de ore pseudoprophetae spiritus tres inmundos in modo ranaium, es decir: “Y vi salir de la boca del dragón, y de la boca de la bestia, y de la boca del falso profeta a tres espíritus inmundos en forma de ranas«.

Como observaréis, la Biblia está muy lejos de considerar a la rana como un animal bienquisto. Si al versillo que acabamos de citar añadimos que, como todos recordamos, la segunda plaga que asoló a Egipto la constituyó precisamente una descomunal y nunca vista invasión de ranas (Éxodo VIII, 2-13), así como otras alusiones que se hallan en los Salmos (LXXVII, 45; CIV, 30), o en el libro de la Sabiduría (XIX, 10), veremos que el papel que representan las ranas en los sagrados textos no es por cierto placentero y simpático.

Pero el pasaje que de veras nos interesa es el primer de los que hemos citado, y en el que se identifican las ranas con los espíritus inmundos, es decir, con los diablos. Desde los albores del arte medieval cristiano, hallamos representaciones de tal identificación, es decir, de los espíritus inmundos en forma de batracia.

Representaciones de la rana en los beatos

Así, por ejemplo, en Ios muy célebres comentarios al Apocalipsis del Beato de Liébana, o mejor dicho, en los códices miniados que durante los siglos X y XI, principalmente, y posteriores, nos han transmitido el comentario escrito en el siglo VIII, vemos muy expresivamente representado tal pasaje. Así acontece en los códices de la Biblioteca del Escorial, de fines del siglo X, o en el que se conserva en la Catedral del Burgo de Osma posterior en un siglo. Ambos bellísimos códices, como tantos otros Beatos, han popularizada la escena de la salida de los espíritus inmundos en forma de ranas, de las bocas del dragón, de la bestia y del falso profeta. La miniatura medieval española ha contribuido poderosamente a divulgar tal representación en el orbe cristiano medieval. Citemos para terminar, la miniatura que en el Beato de Don Fernando I y de Doña Sancha, del siglo XI, conservado en la Biblioteca Nacional de Madrid, ilustra el mismo pasaje, y que es muy parecida a la que acabamos de citar del Burgo de Osma.

Representaciones en el románico francés

Añadamos igualmente que en la clave de una arquivolta de la portada de la iglesia de Foussais, en la Vandea francesa, topamos de nuevo con la misma representación, es decir, con ranas que son figuración del Espíritu impuro, y son escupidas y violentamente expelidas por los exorcizados.

El mundo artístico románico ofrece aún más ejemplos. Recordemos en rápida pasada el tímpano de Autum, donde vemos que un batracio es arrojado a uno de los platillos de la balanza en la que el Arcángel San Miguel pesa los méritos y los pecados. Sobre la capa bordada de Clemente V, en San Bertrand de Comminges, un sapo es expulsado por la boca de Judas, ilustrando este pasaje del Evangelio de San Lucas (XXII, 3). Intrauit autem Satanas in Iudam, qui cognominabatur Iscariotes, unurn duodecim, es decir: Entró Satanás en Judas, el nombrado Iscariote, uno de los doce.

Como podemos observar asistimos a una leve evolución del tema. Lo que eran espíritus inmundos, sin mayor precisión, se identifican ahora con el mismo Satán cuando ello así conviene. Si Satán entró en Judas Iscariote y éste escupe un batracio, dicho se está que, necesariamente, se trata del mismísimo príncipe de las tinieblas.

En las pilas del agua bendita

Nada nos sorprenderá pues, el hallar al batracio representado en las pilas del agua bendita, que figuraba al demonio así exorcizado, bajo el agua que tenía la virtud de vencerlo.

La rana símbolo sexual

Pero mucho más interesante aún es la evolución que muy tempranamente toma la representación de la rana o el sapo, tiñendo y enriqueciendo su condición satánica con una significación sexual muy precisa: el pecado de la carne.

Los reptiles y batracios símbolo de la lujuria

Desde antiguo se había asociado a la serpiente con el castigo de la lujuria. Así lo hallamos, por ejemplo, en la llamada Visión de San Pablo, famosa desde el siglo VI, y muy leída en la Edad Media. En ella vemos a las madres solteras castigadas por las serpientes. Si a ello añadimos qué una sobrecogedora escultura, de un primitivismo brutal por su fuerza expresiva, nos muestra una serpiente que, saliendo del sexo de una mujer muerde en su seno, escultura del siglo XI que hoy se guarda en el Musée des Augustins de Toulousé «, muy pronto veremos que los batracios tomarán idéntica significación. Así, por ejemplo, en la iglesia de la Santa Cruz de Burdeos, en su magnífica portada, aparece una mujer acompañada de un demonio, y uno de cuyos senos chupa una rana o sapo «. Igualmente, en el pórtico de la iglesia de Charlieu (Loire), aparece€ una mujer desnuda uno de cuyos senos lame igualmente un sapo.

Los “sapos de matriz” exvotos alemanes

Así las cosas, permítansenos aludir igualmente al sapo devorador del vientre femenino, que se halla en los exvotos alemanes, llamados Gebärmutter-Kröten, es decir, “sapos de matriz”. Se trata generalmente de sapos de hierro plateado, que las mujeres que sufrían de dolores uterinos ofrecían en ciertas iglesias de peregrinación de Baviera, Carintia, Estiria, Alsacia y Lorena. Una buena colección de ellos posee los museos de Estrasburgo y de Nancy. Asimismo, se afirmaba antiguamente que la vagina de la mujer tenía la forma de un sapo, vuelto como un guante. Mas tal creencia se ligaba de modo inconsciente, al hecho de que el sexo de la mujer era considerado como “boca del infierno”, semejante a un sapo que se hincha y aspira la simiente del hombre.

La rana en el arte gótico

Sumamente curioso es comprobar, por ejemplo, cómo el pórtico derecho de la Catedral de Estrasburgo nos ofrece una escena que esclarece mucho el simbolismo del batracio como representación de la lujuria. En este pórtico derecho de la fachada oeste de la Catedral, se nos muestra a las Vírgenes prudentes y a las Vírgenes necias. El artista ha dado una interpretación muy personal al relato evangélico. Mientras las primeras cubren pudorosamente sus cabezas y cuerpos con el manto, las vírgenes locas, adornan sus cabellos con aros de oro, tienen sus cuerpos desembarazados, sin mantos, y adoptan actitudes provocativas. Pero lo verdaderamente interesante es que la figura del Príncipe del Mundo, o seductor que las tienta, joven arrogante y apuesto, con corona de flores en su cabeza, cuidada cabellera y que tiende hacia ellas una manzana, tiene en su espalda, en la parte que no ven las vírgenes, un horrible acompañamiento de serpientes y batracios.

La maravillosa fachada con cinco portales de la catedral de San Esteban de Bourges, muestra en su pórtico central la escena del Juicio final. En ella hallaremos dos representaciones que nos son ya conocidas del mundo románico y que ahora siguen perpetuándose en el gótico. La primera es el sapo arrojado en la balanza en la que el santo Arcángel Miguel pesa nuestras obras buenas y malas. La segunda, más significativa aún: en una caldera infernal está sufriendo los tormentos eternos una pareja de enamorados. De uno de los pechos de la mujer desnuda cuelga un batracio, mientras el hombre lo soporta en su propia boca. Por cierto, que de esta última representación, se podría decir con verdad, que es la mejor ilustración de aquellos versos de Etienne de Fougères, cuando en su Liure des Manieres (siglo XII), describe así a las que en vida fueron brillantes damas cortesanas y sufren ahora los rigores del infierno:

Crapauz, colovres et tortues
Lor pendent aus mameles nues…
Hoo! Com mal furent onques veues
Les amistiez des foles drues.

Idéntica representación vamos a hallar con carácter tópico en la gran mayoría de las grandes catedrales góticas. Para contentarnos con dos ejemplos idénticos, señalemos que sapos o ranas se hallan en una de las arquivoltas del pórtico central de la catedral de París, sobre una caldera infernal. Rigurosamente igual existe en nuestra catedral de León.
Así, por ejemplo, en el escalofriante sarcófago de Francisco de Sarraz, muerto en 1360, pero esculpido hacia 1400, y que se halla en el castillo del pueblo de Sarraz, no lejos de Lausana, vemos cómo cuatro sapos repugnantes atacan el cadáver mordisqueando en sus ojos y boca. Este mausoleo es una prueba más del frenesí macabro que dominó en el siglo XV. Precisamente será esta centuria la que llevará el tema hasta sus últimas consecuencias.

El siglo XV, siglo de las fúnebres rondas macabeas, danzas macabras como hoy decimos, siglo de las Coplas de Jorge Manrique, cae sobre el tema que acabará por asociar definitivamente, y de un modo inequívoco, con el pecado de lujuria. Esta centuria le dará además un sesgo particular al unir la lujuria con la juventud.

Una miniatura francesa de hacia 1477, debida al llamado Maestro François, que se halla en un bellísimo códice De Civitate Dei agustiniana, y representa el Infierno tal como lo describe el santo obispo de Hipona en esta obra, nos muestra el castigo de los lujuriosos. Varias parejas de jóvenes podemos ver en ella, desnudos y vestidos. Entre estos últimos es de admirar el delicioso tocado femenino del siglo XV con los agudos caperuces y los transparentes velos que de ellos penden, entre los primero.

La rana en el siglo XV

Si bien los batracios continúan asociándose cada vez más con el tema del castigo del pecado de lujuria, y de ello vamos a ocuparnos seguidamente, no por eso han perdido su condición de animales asociados simplemente con los muertos, como ya ocurría en el antiguo Egipto.

Así, por ejemplo, en el escalofriante sarcófago de Francisco de Sarraz, muerto en 1360, pero esculpido hacia 1400, y que se halla en el castillo del pueblo de Sarraz, no lejos de Lausana, vemos cómo cuatro sapos repugnantes atacan el cadáver mordisqueando en sus ojos y boca. Este mausoleo es una prueba más del frenesí macabro que dominó en el siglo XV. Precisamente será esta centuria la que llevará el tema hasta sus últimas consecuencias.

El siglo XV, siglo de las fúnebres rondas macabeas, danzas macabras como hoy decimos, siglo de las Coplas de Jorge Manrique, cae sobre el tema que acabará por asociar definitivamente, y de un modo inequívoco, con el pecado de lujuria. Esta centuria le dará además un sesgo particular al unir la lujuria con la juventud.

Una miniatura francesa de hacia 1477, debida al llamado Maestro François, que se halla en un bellísimo códice De Civitate Dei agustiniana, y representa el Infierno tal como lo describe el santo obispo de Hipona en esta obra, nos muestra el castigo de los lujuriosos. Varias parejas de jóvenes podemos ver en ella, desnudos y vestidos. Entre estos últimos es de admirar el delicioso tocado femenino del siglo XV, con los agudos caperuces y los transparentes velos que de ellos penden; entre los primeros las parejas que se encuentran amorosamente enlazadas sin ropaje alguno y al lado de las cuales siempre se halla una rana o sapo, en tanto que los demonios proceden a martirizarlos.

Pero quizá penséis que todo esto que vengo diciendo tiene sólo una ligera relación con nuestra rana salmantina. Dejadme avanzar un punto más y veréis que la identidad llegará a ser total.

El adolescente y la muerte. La rana al pie

Un bellísimo grabado en cobre, debido al que llamamos Maestro del Libro de la Casa, anónimo pintor y grabador flamenco del último cuarto del siglo XV y primeras décadas del XVI, es decir, prácticamente coetáneo de la portada salmantina, nos muestra un tema muy de la época: el adolescente y la muerte. En dicho grabadito en cobre, sus dimensiones son 14,1 x 8,5 cms, vemos a un gallardo adolescente, vestido con extremado refinamiento, calzado con zapatos “à la poulaine”, acompañado por la Muerte que lo lleva con ella asiéndole por el hombro. Hasta aquí nada sorprende, sí, cuando advertimos qué a los pies de la muerte se halla el inevitable batracio.

En la pintura del siglo XVI

Ilustrativos de lo mismo son los cuadros que se conservan en el Museo de Estrasbürgo y que nos muestran a Los amantes muertos y a La Muerte. En el primero, obra de Matías Grünewald, vemos los cadáveres de una pareja, desnudos, apenas encubiertos con un sudarlo. Sus cuerpos en descomposición dejan ver sobre el sexo de la mujer, un enorme y repugnante sapo. Recordemos que este pintor falleció en 1528, y es por lo tanto contemporáneo de la fachada salmantina; ello pone de manifiesto cómo el tema estaba de moda en aquellos días.

El segundo cuadro estrasburgués es el que, salido del taller o escuela de Menling, nos muestra a la muerte, simbolizada por un cadáver en avanzado estado de descomposición, con su vientre abierto. En el lugar que correspondería al sexo, masculino, se ha pintado una vez más una rana o sapo, un batracio en todo caso.

La adolescente y la muerte con ranas

Pero donde la representación deja menos lugar para la duda, así como donde se nos muestra el tema de un modo más atractivo, es en un delicioso marfil francés de hacia 1460, que mide 14,5 cms. de altura y que guarda el Museo Nacional de Baviera de Munich. Este marfil nos muestra a una jovencita desnuda, de elegantísimo tocado, y que pisa sobre rico cojín, cuyas esquinas terminan en cascabeles. A sus pies, arrodillado, un esqueleto sostiene con su brazo izquierdo un crucifijo que se apoya contra el cuerpo de la damita. Por los brazos y piernas del esqueleto, así como por una de las cuencas vacías de la calavera, trepan o asoma hasta cuatro o cinco ranas. Este delicioso marfil, evidencia la identidad con el tema salmantino, de un modo que no puede ser más palpable. Tenemos en él la rana sobre el esqueleto, varias veces, al modo como en nuestra fachada se asienta sobre una calavera.

Símbolo y lección de la rana salmantina

Si el surrealismo ha podido ser definido como el encuentro fortuito de una máquina de coser y de un paraguas sobre una mesa de disección, no veo por qué el encuentro igualmente accidental de una ranita y de una calavera no podría igualmente ser puro surrealismo. Pero, claro está, no lo es. Y no lo es porque sencillamente el encuentro de la fachada universitaria salmantina no tiene nada de fortuito y casual. Quienes pretenden que es un capricho de cantero hacían nacer el surrealismo en el siglo XV, lo cual es puro despropósito, ya que desde hoy sabemos que tal encuentro es harto simbólico y buscado, y el azar no ha intervenido para nada. Tal encuentro tiene una larga tradición que une a la rana con la muerte, y que hunde sus raíces en creencias religiosas del Egipto milenario, y pasando por el Apocalipsis, desembocará en la Edad Media, para simbolizar a la lujuria castigada eternamente.
He aquí la moraleja de esta fábula. He aquí el acertijo resuelto. La fábula salmanticense de la. calavera y de la rana o el sapo. Digamos para ser exactos, académicos, pulcros y pedantes, del cráneo y del batracio.

Esta fábula que Salamanca había olvidado, si es que alguna vez la supo, y que este curioso alimañero os ha vuelto a explicar en este libro, no se esculpió a humo de pajas entre los motivos ornamentales de la fachada del Estudio salmantino.

La ranita salmantina se esculpió- en la fachada de su universidad, es decir, un centro frecuentado por mozos en edad de ser tentados por natura con el aguijón de la carne. Dejaría el mocerío de serlo, si el maligno no lo acosara de continuo, induciendo a mozos y mozas a las apalpinas y al retozo.

Autor

Equipo de redacción de NOTICIAS Salamanca. Tu diario online. Actualizado las 24 horas del día. Las últimas noticias y novedades de Salamanca y provincia.