Pues resulta que el otro día al despertar de los diez o veinte minutitos de siesta que acostumbro cuando se tercia, tengo un número en el móvil desconocido pero conocido a la vez pues ya me había llamado en días anteriores a horas un tanto perjudiciales para establecer conversación. ¡Oye! Fue decirlo y sonó de nuevo. Al descolgar me contestó después de unos tensos segundos de silencio una amable señorita diciéndome que por motivos de seguridad la llamada seria grabada. Mira me acojoné. Digo ¿Quién cojones será para grabar la conversación con un actor de media tabla para abajo?
«Señor Martín, le llamo para ofrecerle un descuento en su factura de la luz» y los cielos se me abrieron bajando los ángeles con las trompetas iluminando mi habitación de arriba abajo. Cuanta generosidad en tan pocas palabras. Que sencillez de frase. Enseguida entendí lo de grabar la llamada. Digo si esta mujer se estará jugando su puesto de trabajo, pues no está la luz de cara como para venir con descuentos. La oye su jefe y la despide inmediatamente.
Le conteste por pena y cierta incredulidad que de cuanto seria la rebaja por mera curiosidad y ella me contesto que de un veinte por ciento en mi factura. ¡Ay madre! A esta chica la despiden hoy mismo. Por pena le contesté que no era necesaria tanta generosidad que simplemente con la llamada y el preocuparse por mi estabilidad monetaria ya me había ganado como amigo.
Ella volvió a insistir en dicho descuento y yo le pregunte que si le parecía bien sólo un diez por ciento sobre la factura total que no sea que la oiga su jefe, ya que se está grabando la llamada y se va a llevar un disgusto laboral para su casa.
Ni con esas oye. Me insistió en el generoso descuento y cosas del destino, comencé a oír música de Semana Santa a todo volumen procedente del vecino colindante. Que situación. Me entró un derrumbe generalizado que tuve que coger un clínex y estuve a un micro segundo de arrancarme y cantarle una saeta a la chiquilla. Se había formado en un momento un cuadro de Dalí en mi habitación. Os describo la imagen para que vosotros, como grandes lectores imaginativos que sois, captéis el detalle.
Yo desparramado con media pata sacada por la parte derecha de la cama. La mano derecha sujetando el móvil. La izquierda con el clínex de la mano y sujetando las mantas fuertemente contra mi pecho. La música de Semana Santa sonando a todo trapo. Mira solo faltaba la voz de un capataz y que de repente me levantaran al cielo.
Y si a todo esto le sumas la congoja que me tenía por la pobre chica que tenía pinta de tener los días contados en la empresa como siguiera pegando esos descuentos de cuidado, el resultado es una situación de cuadro surrealista de cojones.
Al final tuve que colgar a la chica por cariño y por mirar por su estabilidad laboral y pensando en su pan más que en el mío propio. Pero oye, que a gusto me quedé haciendo la buena acción del día.
Moraleja:
“Si te llama un desconocido a horas poco habituales no lo cojas. Al otro lado puede haber alguien que se juegue su puesto de trabajo y sólo tú con esa acción puedes ayudarle. Haz como yo que tengo unas luceeeeeeees”