Por poder, pueden prometer hasta la luna

- en Firmas
carpas electorales

Tengo claro que estoy mayor porque hace tiempo que vivo siempre mirando el retrovisor de una memoria cada vez más pequeña. Aun así, recuerdo con un enorme cariño aquellos debates en el colegio y en el instituto en los que el diálogo y el razonamiento con argumentos eran la base. El profesor proponía un tema y los alumnos defendíamos distintas posturas. Siempre era muy participativo y yo creo que siempre había un carácter político detrás de cada debate.

También recuerdo las conversaciones con mi padre, cómo le gustaba escuchar mis argumentos pueriles para defender una u otra cosa. En el fondo, él sabía que todo lo que decía era producto de mi juventud y vehemencia y que casi nunca tenía razón, pero me miraba embelesando, disfrutando de verdad por la forma en que me expresaba y siendo consciente de que eran parte de mi proceso de vida y no hay nada más gratificante para un padre (lo digo por experiencia) que ver crecer a un hijo física e intelectualmente.

Siempre me encantó la política. Nunca he sido capaz de definirme. Quizá por cobardía, o quizá porque siempre he buscado puntos en común entre distintas ideologías; o porque me gusta llevar a veces la contraria; o porque en unas etapas de mi vida he defendido unas cosas y en otras, la contraria. Pero no por ello dejaba de gustarme la política. El caso es que, desde hace ya muchos años, no solo me aburre, sino que es como si me obligaran a dejar de creer en ella.

Sigo pensando que hay gente con vocación de servicio público, pero no sé por qué me da que para la gran mayoría de los que se dedican a ella es, simplemente, un modo de vida. Muy lucrativo en muchos casos. Me da la impresión que los partidos gozan de enormes aparatos que mueven a una cantidad ingente de políticos, cargos, asesores, y un largo etcétera. Y mira que yo no tengo nada en contra de que tanto los políticos como los profesionales (unos más y otros menos supongo) que les rodean, deben cobrar. Lo que desconozco es si el volumen que han alcanzado es el adecuado. A veces pienso si esas organizaciones apartan a un lado a su razón de ser originaria.

Siguiendo la campaña electoral cara a las municipales y autonómicas del domingo me he acordado en todo momento del famoso “puedo prometer y prometo” del recordado Adolfo Suárez, un político de calado que se dedicó en cuerpo y alma para que España tuviera una transición modélica hacia el sistema político del que disfrutamos (en ocasiones sufrimos) desde hace casi medio siglo. Son tales las promesas electorales de todos los partidos que uno se tiene que reír, porque cumplirse, cumplirse, me da a mí que una o ninguna.

Sin embargo, me he permitido soñar con la cantidad de instalaciones deportivas, con los fantásticos planes de urbanismo que permitirán a mi municipio ser modélico, a los planes sociales que van a acabar con cualquier mal o lacra. Todo ello producto de la campaña electoral. Aquí pueden poner ustedes todo lo que quieran, porque las promesas electorales son muchas y muy variadas en cada partido. Me hacen gracia que, además, los políticos se cuelgan las medallas como si financiaran los proyectos de su bolsillo o fueran sus partidos los que los pagaran, cuando es al revés. Ellos cogen. Es el pueblo el que lo pone. Cuando dicen “hemos hecho, hemos construido, hemos llevado a cabo”, no estaría mal que matizaran que los que lo han “hecho, construido o llevado a cabo” son los paganinis de siempre y que, además, les han financiado a ellos y a sus partidos.

Me divierte leer esos titulares grandilocuentes. “El partido tal construirá…”. ¡Pero qué vas a construir ni construir si no tienes la más mínima opción de gobernar! Céntrate en desarrollar un modelo y en encontrar tu espacio.

Al final todos estos ‘brindis al sol’ no hacen sino cercenar un verdadero proyecto común de municipio o ciudad. Me da la impresión que ningún elector sería capaz de exponer el proyecto del partido al que vota. Conoce su ideología, sí. Sabe cosas que prometen que van a hacer. Pero un proyecto de municipio global, para los que gobiernen y para los que no, me da que no acaba de tener cabida, aunque supongo que, dentro de cada partido, habrá militantes que sí lo tendrán y que, probablemente, luchen por él y traten de llevarlo a cabo y de plasmarlo en sus campañas electorales. Pero, de existir, al final acaban diluyéndose con las promesas. Esas son las que copan los titulares. Se puso de moda el verde y ahora todos abogan por una ciudad verde, un pueblo verde, un camino verde, una ruta verde (¿‘La mujer de verde’? Ah, no, que eso era una canción). Coño, si hasta verdes son las rayas que delimitan el aparcamiento de la ORA. Da igual del partido que seas. Si eres político y no dices la palabra verde, estás fastidiado.

Lo curioso es que, desde hace muchos años, observo que las entidades municipales cada vez están más cercenadas en sus presupuestos o, lo que es lo mismo, están en el furgón de cola de la financiación. Sus vecinos pagan, sí, pero ninguna institución tiene capacidad económica para acometer un proyecto de envergadura de forma independiente. Cualquiera de ellos necesita financiación externa, ya sea de la Diputación Provincial de turno, de la Comunidad Autónoma de turno, del Estado de turno, de la Unión Europea de turno. Lo hemos asumido con normalidad, pero a mí me preocupa. A mí me gustaría que mi Ayuntamiento tuviera capacidad por sí mismo para acometer cualquier proyecto sin necesidad de financiación externa y, cada vez veo más carteles en los que aparecen distintas instituciones. Quizá es una forma de tener atados a las entidades más pequeñas. Quizá sea una forma de premiar a unos por ser afines y ‘castigar’ a otros por no serlo.

No sé, me vienen muchas dudas a la cabeza, pero creo que por hoy ya es suficiente. Ampliaremos la jornada de reflexión y empezaremos a pensar ya en el domingo.

Autor

Periodista y comunicador. Licenciado por la Universidad Pontificia de Salamanca.