Otoño de ojos brillantes, de miradas cristalinas, despidiéndose con recelo de un verano diferente. Un verano un tanto extraño, unas sonrisas que vuelven a resplandecer, donde el rostro ya no esconde sus gestos detrás de la mascarilla.
En otoño abrazamos con el alma esa que calla y que en silencio nos llena de una calma que quizás hace unos meses ni siquiera valorábamos. Otoño de hojas caídas que nos arropa, nos da ternura en sus abrazos imaginarios, esos que tanto anhelamos. Sin embargo, a veces nos cruzamos de brazos cuando la verdadera felicidad está en las pequeñas cosas.
Pero a vosotros; que solo me conocéis por mis letras, que de alguna manera formo parte de vuestra vida, os pregunto:
¿No os da calor un abrazo?
Ahora no os comento del verano, ni del otoño, que ha llegado impregnado de incertidumbres camino al frío, en este momento os hablo de un sentimiento, de ese abrazo que hoy habéis dado con tan solo una mirada, pareciendo sentir vergüenza de estirar los brazos. Por eso creo que este otoño es igual de especial que los anteriores.
Otoño de ramas desnudas, merman ojos y el olvido; el viento que arrastra las hojas secas y amarillentas por sus calles, nos observa caminar despacio y eso es lo que me gustaría cambiar con mis palabras, con la ilusión que porta mi mirada. En mi interior no es tristeza lo que siento, miro por la ventana de mi casa y mientras escucho el griterío de los niños, pienso que el otoño es hermoso, con sus vaivenes, con sus colores marrones anaranjados, con la ilusión de vivir. No obstante, observo los días pasar y a veces siento nostalgia en unos rostros opacos, a lo cual yo he bautizado como otoño de ojos caídos.
Seguramente muchos de vosotros, os estaréis preguntando ¿qué sentido tiene este juego de palabras? En ocasiones hay preguntas sin respuestas, situaciones inesperadas que solo la monotonía de nuestros días responde.
Otoño de hojas caídas no es solo un juego de palabras, ni un juguete que acariciar, es una nueva etapa de nuestra vida, el olor a tierra mojada impregnada en nuestras entrañas. Son las aguas tenues del río Tormes, mirando cauteloso nuestras bellas catedrales, acompañando cada noche la mirada nocturna de la luna. Reviven ansiedades ocultas en la alegría del verano, añoranza de un sol resplandeciente, recuerdos imborrables de nuestra memoria, sin darnos cuenta de que lo que nosotros vemos y percibimos como un otoño de ojos caídos es un sendero equivocado.
He hecho caso al olor de tierra mojada, a hojas amarillentas, que jugando con el viento, se posan sigilosas en el hombro de las personas, con un afán que nadie conoce, ahuyentar sus miedos, acariciando su piel con su textura. Así que mientras observo desde mi silla de ruedas una nueva estación del año con la que anhelo convivir, me he dado cuenta de que para mí no es un «otoño de ojos caídos» pero sí es un «otoño de ramas vacías y hojas que deambulan».
Buscaré su encanto en nuestras calles, dejando de lado la añoranza de un ayer, sí, un otoño que no deja de ser bello, porque la belleza de cada estación del año, sus vivencias y emociones está presente en el interior de cada uno de nosotros, por eso deberíamos mirar a nuestro alrededor y crear nuestra propia historia.
Vivir en el pasado quiebra parte de nuestros anhelos y en mi pensamiento no está presente prescindir del otoño. La plenitud del otoño si está presente en mi vida y deseo que en la de todos vosotros.
No soy nadie para dar consejos, aun así os propongo aprender a disfrutar de un otoño igual a muchos, pero diferente; de sus frutos, de un café a media tarde, pero sobre todo evitar que sus colores opacos, la ausencia de horas de luz y las bajas temperaturas, sean ladronas de nuestras ilusiones.
«Las hojas caídas del otoño, no son las persianas que cierran nuestra alma. Camina sobre ellas como si fueran la luz de una parte de tu vida».