Seamos empáticos, por favor

- en Firmas
Bebés nacimientos Salamanca

Que importante es que la EMPATÍA forme parte de nuestras vidas.

Ser empáticos y que lo sean con nosotros.

Tener la capacidad de ver las cosas desde el punto de vista del otro y saber ponernos en sus zapatos.

Cuando somos empáticos, la mayoría de las veces no somos conscientes de lo que significa para la otra persona el hecho de ponernos en su piel.

Esta historia que os cuento es absolutamente real:

Durante todo el verano pasado trabajé en el servicio de partitorios, en el Hospital Clínico de Valladolid.

Soy TCAE, (Técnico en Cuidados Auxiliares de Enfermería), y una de las cosas que formaba parte de mi trabajo, era acompañar a la mamá mientras el médico anestesista le ponía la epidural. Solo tenía que sujetarla por los hombros de pie frente a ella, para que no se moviera durante los minutos que duraba el proceso.

La anestesista le dijo que tenía que sentarse al borde de la cama y encorvar la espalda.

Imaginaos la postura con una barriga enorme de nueve meses…

Incómodo ¿verdad? Y más cuando lo único que invade tu cuerpo es el miedo a lo desconocido y a no saber que te están haciendo.

Con la voz temblorosa preguntó:

—¿Me va a doler mucho?

—Solo un poco, pero no te muevas. Si te viene contracción, me avisas y yo paro, pero no te muevas por favor —contestó dulcemente la doctora.

Me miró con cara de pánico y le dije:

—Tranquila, tú agárrate fuerte a mi cintura, baja la barbilla al pecho y respira hondo.

Noté sus uñas clavadas en mi cuerpo en el instante en que la aguja penetró lentamente en su espalda. Le acaricié los brazos diciéndole que lo estaba haciendo genial, que estaba en manos de una profesional y que no  tardaría en acabar.

—Eres una campeona, mamá. Además, todo esto tiene el mejor premio del mundo: ¡Tener a tu bebé en brazos!

—¡¡Contracción, que me viene una contracción!! —dijo casi llorando.

—Tranquila, el catéter ya está puesto, está empezando a pasar ya la anestesia —le dijo la doctora

La mamá no contestó. Se limitó a resoplar fuerte y a pellizcar mi cintura con más fuerza aún.

Estuvo así durante unos segundos más. Notaba los músculos de sus hombros tensos como la cuerda de una guitarra. Comencé a sentir como sus dedos iban perdiendo fuerza e iban soltando poco a poco el pellizco de carne de mi cintura.

—¡Perdona que te haya agarrado así! —dijo mirándome con ojos llorosos e inundados aún de miedo —pero esto duele mucho…

—No te preocupes. No solo imagino tu dolor, si no que sé lo que duele. Tengo dos hijos y a pesar de todo esto, es lo mejor que me ha pasado.

—¡Madre mía, no paso yo otra vez por esto ni loca! Aunque es verdad que muchas repetís…

La mamá se quedo tranquila y aun tardó una horas más en traer a su hijo al mundo. Todo fue perfecto y tuvo un final feliz.

El bebé fue un “tostoncete” gordito, precioso y muy grande.

La mamá se portó maravillosamente bien y el papá, junto a ella en todo momento, no pudo reprimir las lágrimas cuando vio a su hermoso hijo.

Confieso que yo, en ese momento tan intimo y familiar de los papás con su hijo, lloro de emoción. Se me hace un nudo en la garganta y les doy la enhorabuena con un hilo de voz encantada con la estampa.

Al día siguiente, volví al hospital y me pasé por la planta de obstetricia.

Cuando entré en la habitación, me encontré a la mamá dándole el pecho al bebé y al papá mirándolo enamorado y embelesado a partes iguales.

—¡Hola mamá, que bien te veo! Y este niño gordito, que bien está.

Ahí como un rey en tus brazos, comiendo… ¡Que maravilla!

—¡Hola! Tenía ganas de verte para darte especialmente las gracias. No te imaginas lo muchísimo que me ayudaste ayer.

—Bueno… Estar ahí forma parte de mi trabajo.

—No, no. Hiciste mucho más que tu trabajo. Tus palabras de ánimo, tus caricias llenas de mimo, tu cercanía… Nunca me olvidaré de ti.

Todos habéis sido un equipo espectacular. Pero tú especialmente me diste el ánimo que necesitaba en el momento más difícil de mi vida.

Y siguió regalándome los oídos, mientras mi cara iba cambiando de morena a colorada…

Durante ese día trabajé con una sonrisa permanente. La gratitud que sintió la mamá por el simple hecho de ponerme en su lugar, hizo que la felicidad se multiplicara por dos. La suya y la mía.

Ser empáticos debería ser algo innato en todas las personas. Porque si fuésemos realmente conscientes del efecto positivo que tiene en la gente, estoy convencida de que lo seríamos siempre.

Autor

Escritora, creativa y disfrutona. Me gusta la gente, la buena música y viajar en moto. Mi primera novela publicada “Mi reino en tus ojos” Ed. Libros.com.