Se entablaba una lucha de personalidades que se resolvía en tablas cuando nuestros cuerpos bailaban al son de esa música que solo nosotros oíamos.
El abismo espacio/temporal que nos separaba a diario se evaporaba en el calor de la refriega cuando nuestros labios ardientes, nuestras manos ansiosas y nuestros cuerpos temblorosos se buscaban a oscuras como ciegos abandonados en un bosque.
Y nuestras armas caían rendidas ante el otro para sobrevivir porque aprendimos con el tiempo que es mejor claudicar ante el deseo que apagarlo debajo de una ducha fría.