Salamanca, futuro imperfecto

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Estacion de trenes anos 60Estación de trenes en los años 60

Desde siempre nos ha gustado mucho imaginar el Futuro. Cuando somos pequeños jugamos a qué seremos de mayores y de mayores nos preguntamos dónde estaremos en diez años, en veinte, qué será de nuestra ciudad dentro de cincuenta años, de cien, qué nuevos inventos habrá… Mientras nos hacemos todas estas preguntas, recorremos lugares y un tiempo con los que nuestros tatarabuelos soñaban hace un siglo. Vivimos en el futuro que aquellos hombres jugaban a imaginar. Somos su futuro.

En los años treinta del siglo pasado, un periodista y escritor charro se preguntaba cómo sería la ciudad de Salamanca en el año 2000. Mariano de Santiago Cividanes acertó cuando en ese artículo vaticinaba una capital sin rascacielos y más de cien mil habitantes —en aquella época no superaban los cincuenta mil—. Pero el escritor metido a futurólogo falló casi todo el resto de sus predicciones:

«Estamos en una mañana del mes de Mayo, cerca de la estación del ferrocarril. Los trenes que llegan tienen llantas de goma y son movidos por aceites pesados, parecidos a los grandes automóviles de viajeros […] Son las ocho de la mañana; suena un silbido de sirena y cuando los habitantes de las casas de uno y otro lado de la carretera se disponen a salir a sus tareas, se hace el silencio general; un altavoz potente anuncia lo que ha pasado la noche anterior y el tiempo que señalan las estaciones intermedias entre Salamanca y Madrid y Barcelona, para que pueda salir el servicio de dos dirigibles, que van y vienen diariamente»

Si pudiéramos hacer un viaje en el tiempo a aquella Salamanca, podríamos buscar a don Mariano y quedar con él por ejemplo en el Novelty para explicarle, al amparo de las cuatro paredes de ese café que resiste al paso del tiempo, lo mucho que ha cambiado la ciudad. Y no para bien. La primera mala noticia que habría que darle es que, en la Salamanca del siglo XXI, los trenes que llegan a la ciudad se han vuelto casi tan ficticios como un dirigible elevándose pausado y descomunal sobre el edificio de la estación. Los salmantinos de los años treinta podían coger en Salamanca trenes con destino a Plasencia y a Astorga, podían bajarse en Benavente, en Zamora… Pero los trenes de la Vía de la Plata ya no están. Lo mismo ha sucedido con las conexiones a Portugal. Y las conexiones con Madrid son insuficientes. Ahora en la estación tenemos cines, tenemos bolera, máquinas recreativas, tenemos restaurantes, tenemos tiendas pero nos faltan trenes…

Desde las páginas de El Adelanto, fantaseó don Mariano muchas más cosas para los charros del futuro, para nosotros. Una energía muy barata…, gracias a los Saltos del Duero. Tan barata era esa energía que reducía los costes de nuestra industria. Sí, habéis leído bien: nuestra industria. Fabulaba una gran fábrica de azúcar abastecida de ingentes cantidades de remolacha procedente de las fértiles huertas de la provincia. Una vaquería de ganado suizo y holandés que abastecía una fábrica de leche que distribuía sus productos hasta en Madrid. Imaginaba próximas a la lechería otras fábricas donde curtían pieles, hacían suelas…

A estas alturas yo creo que, aprovechando que habíamos quedado con don Mariano en el Novelty, haríamos bien en pedirnos otra ronda y algo de picar para consolar al escritor —y a nosotros—, porque habría que explicarle a este hombre que sí, que casi acierta, que hubo un tiempo que Salamanca tuvo una Central Lechera pero no aguantó hasta el cambio de siglo. ¿Alguien se acuerda de la leche Ledesa? La bebimos mucho en los años ochenta —qué tiempos— Y también Salamanca tuvo una azucarera que se abastecía con la remolacha de la provincia, pero cerró apenas despuntar el siglo XXI.

En la Salamanca de los años ochenta, los niños salmantinos íbamos con el colegio a visitar la central Lechera y también una fábrica de alpargatas que tampoco está ya. En la Salamanca de los años dos mil los niños salmantinos van con el colegio a visitar el Museo del Comercio y la Industria

No podemos saber lo que nos contestaría Mariano de Santiago Cividanes al descubrir que la Salamanca del futuro perdió la industria y perdió los trenes… Pero podemos jugar a adivinarlo. Podemos imaginar su tristeza porque don Mariano fue siempre un estudioso de esta ciudad que amaba. Y podemos imaginar también que nos miraría entre decepcionado y sorprendido y que quizá nos preguntaría: ¿Y vosotros qué vais a hacer al respecto?

Autor

Escritora. Licenciada en Derecho. Licenciada en Teoría de la Literatura y Literatura Comparada.