No a la guerra

- en Nacional
guerra en Ucrania

Un mundo sin valores, es un mundo donde todo es posible. (Kapuscinski)

Tenemos congelada la respiración, asistimos atónitos a la infamia de la invasión de Ucrania, violando todo el derecho internacional, todo ello arropado en la infame bandera del imperialismo de Putin. En lo que llevamos de siglo XXI, los conflictos entre países han disminuido, pero el conflicto transfronterizo y la violencia interna han aumentado en munchos países, socavando el progreso y la deseada paz en el mundo. Entre la larga lista de conflictos bélicos las guerras de Siria e Irak, Sudán del Sur, azotado por una brutal guerra civil, la República Democrática del Congo, Somalia, Yemen, no debemos olvidar el terrible derramamiento de sangre en Etiopía, el pulso de las grandes potencias también en Taiwán, etc.  La guerra es el naufragio del bien, su crueldad, es lo que ha obligado a millones de personas en situaciones extremas a salir de sus casas con lo puesto, condenados al destierro en tierra extraña, siendo rechazados en su dignidad y no protegidos por el derecho internacional.

Rusia tiene una democracia de baja intensidad o casi nula, con una verticalidad de poder y una política presidencialista controlada por Putin como fórmula que garantice la unidad territorial. A esta macrocefalia del poder ejecutivo, debemos añadir la ausencia de una división de poderes, un parlamento ceremonial que realiza reverencias al poder a ritmo de polka, una oposición amenazada y unos medios de comunicación que son el eco de las monsergas del poder. Ayer vimos que las manifestaciones rusas contra la guerra, entre la apatía y el miedo, fueron minoritarias.

La oligarquía financiera rusa que fabricaron sus fortunas en la década de los noventa dentro de una política institucional, subterránea y oscura, han asumido un capitalismo regulado, pero con garantías de no investigar como realizaron sus fortunas. Hoy en día, son los que marcan las reglas de juego en Rusia, junto con los dirigentes que proceden de los servicios de inteligencia de la antigua era soviética. Es caro que las élites políticas y económicas siguen siendo las viejas nomenklaturas con reconversiones más o menos audaces, que no son más que un maquillaje para los tiempos modernos.

El stalinismo, nos guste o no, es un ingrediente identitario del componente ruso. Es difícil encontrar otro momento de la historia que palpitara tan fuerte los componentes idiosincrásicos de lo ruso, como la Gran Guerra Patria y la conversión de una gran superpotencia. Una realidad, que ni Yeltsin, ni Putin han podido ni querido esconder. A todo esto, es necesario añadir, que Putin, se ha visto refrendado por altos niveles de voto popular durante las elecciones celebradas a comienzos del siglo XXI en su país, con un retroceso en los apoyos en 2014, ahí estaba la crisis internacional y una situación social muy delicada en Rusia.

Curiosamente es el momento donde comienza la crisis en Ucrania, un país donde la opinión mayoritaria se quería desligar de la Gran Rusia. Más allá de la revolución naranja (2004) que denunciaba la corrupción económica, la intimidación de votantes y la corrupción electoral; debemos subrayar, los enfrentamientos de la plaza de la Independencia en Kiev de 2014, que produjeron más de cien muertos y fracturaron el país. Rusia respondió militarmente al cambio de Gobierno en Kiev, anexionándose Crimea y respaldando a los separatistas de la región del Don Bass. Ante esa perspectiva, Ucrania tuvo que firmar las condiciones de paz impuestas por Rusia.

Por otro lado, tenemos que subrayar que Estados Unidos, a pesar de los intentos de reducción de armas nucleares, mantiene el programa de escudos antimisiles ante estados como Irán o Corea, pero no es interpretado de esa manera por Rusia y China. A esto debemos añadir la ampliación de las fronteras de la OTAN a países como Bulgaria, Eslovaquia, Eslovenia, Estonia, Letonia, Lituania y Rumanía, asomándose a las fronteras de Rusia. Por último, la primera superpotencia apoyó las llamadas revoluciones de los colores en Georgia (2003), Ucrania (2004) y Kirguizistán (2005), cuyos presidentes se inclinaron hacia las políticas occidentales frente a los proyectos defendidos por Rusia.

Ucrania, tiene una mayoría de habitantes que se definen como ucranianos y una minoría, de un 17% que se consideran rusos. Si trazáramos una línea entre las ciudades de Jarkov y Odessa, al este de esta línea ocuparía una tercera parte del territorio con mayoría rusa; al oeste, con las dos partes restantes, son mayoría ucraniana. Esas regiones del este del país, salvo la capital Kiev, registran la renta percapita más alta del país, muchos más que las que registras la zona oeste ucraniana. Como vemos la situación del país no es nada fácil, un país dividido entre naranjas y azules. Los primeros con una gran hostilidad hacia Rusia, con vínculos estrechos con la Iglesia grecocatólica y un creciente acercamiento a la OTAN; los segundos, queriendo otorgar a la lengua rusa la condición de igualdad con la ucraniana, más cercanos al Patriarcado ortodoxo de Moscú, un fuerte rechazo a la Alianza Atlántica y una vuelta a la madre Rusia.

La madrugada del día 24 de febrero, Putin lanza un ataque a sangre y fuego sobre Ucrania, dejando decenas de muertos a su paso, nos recuerda las agresiones de otros tiempos, siendo la peor crisis bélica en Europa desde la II Guerra Mundial. Hoy más que nunca, gritamos un NO A LA GUERRA. Más allá de las contradicciones de los viejos estados que no son capaces de abordar los problemas globales, apostamos por una cultura de la Paz. Esta pasa por priorizar una justicia y una ética mundial, que permitan refundar la sociedad mundial con unos nuevos valores más solidarios.

Comentarios

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *