La Plaza Mayor de Salamanca siempre, desde que existe, se ha llevado bien con los libros y ha estado unida a ellos.
En los primeros tiempos de la Plaza, entre los comerciantes pioneros que allí se establecieron, ya había un librero. Se llamaba Luis García Rico. Lo sabemos porque el día de San Juan de 1795, se perdió un pañuelo blanco y días después un monedero con veintisiete reales y dieciséis maravedis. Los encontró a ambos don Luis y puso anuncios en El Semanario Erudito y curioso de Salamanca, para que sus dueños pudieran recuperarlos en su librería de la Plaza Mayor.
El honrado librero se definía a sí mismo como «mercader de libros». Anunciaba entre sus volúmenes en venta curiosidades como El verdadero mérito de las mugeres (sic). Título que hoy podríamos empeñarnos en mirar con irresistibles resonancias feministas que sin embargo no resisten la investigación. Al año siguiente, don Luís volvía a hacer publicidad del mismo texto con un título más completo que hace añicos el toque feminista que fantaseamos al principio: Los méritos de doña Flora pocos sesos o el verdadero mérito de las mugeres. Curiosidades de la época… Como también nos resulta curioso que un título sobreviva un año entero hoy que casi todos los libros se mueren a los pocos meses de nacer. Pero esa es otra historia.
La historia de hoy es la de la Plaza y los libros. Don Luís sólo fue la primera nota literaria de nuestra Plaza Mayor. Tras él llegarían la librería Calón, la librería Cuesta, la librería Religiosa (que algunos aún recordamos) Enseguida también se acercaron a la plaza los escritores. Bajo sus soportales se aficionaron a pasear: Miguel de Unamuno, Melendez Valdés, Gabriel y Galán, Torrente Ballester, Carmen Martín Gaite.
La relación íntima entre la Literatura y la Plaza Mayor está grabada en piedra. Desde la cara oeste nos miran los medallones de Cervantes, Teresa de Jesús, Unamuno, Fray Luís de León y Nebrija. Con la cara vuelta al sur, un pie en la realidad y otro en la Literatura, ocupan su lugar en los medallones Fernán González y el Cid Campeador.
Quizá fue esta relación estrecha entre la Plaza Mayor y la Literatura lo que vieron los organizadores de la primera Feria del Libro, cuando decidieron ubicarla en el centro de la Plaza.
De aquella feria a la actual —que está a punto de llegar a su fin cuando escribo estas líneas— han pasado ni más ni menos que cuarenta años y algunas quejas, de los que miran torcido a los puestos de los libreros y quieren llevarse la Feria del Libro lejos de la Plaza. Al parecer, la presencia de libros en la Plaza Mayor dificulta a las visitas tomarse fotos buenas, de las que recolectan cientos de “me gusta” en Instagram. Pero ¿y qué más da si durante unos días en las fotos salen libros?
De la Plaza Mayor dijo Carmen Martín Gaite:
«yo nunca la pude ver como un monumento, y sigo negándome a reconocerla en los libros de Historia del Arte que tanto la encomian. La veo como un espacio muy grato y nada solemne donde se percibe el pulso de lo cotidiano, donde se entra varias veces al día a buscar algo.»
La Plaza Mayor de Salamanca es nuestra sala de estar, nuestra habitación para vivir como dicen los ingleses, donde entramos varias veces al día y donde las visitas no pueden esperar siempre encontrarlo todo como los chorros del oro, como en un monumento deshabitado, porque la plaza mayor en Salamanca está llena de vida, de gente y a veces también de libros.
Decía Unamuno que la Plaza Mayor: «es el corazón, henchido de sol y de aire, de la ciudad». Unamuno, como siempre, tiene razón. La Plaza Mayor es el corazón de Salamanca. Un corazón lleno de sol y de aire donde cabemos todos: habitantes, turistas, terrazas y también libros, sobre todo los libros. Porque la historia de la Plaza Mayor está llena de Literatura y de libros. Y Porque una ciudad que arranca de su corazón los libros es una ciudad que no tiene alma.