Buena discernidora de tiempos y lugares, tenía un ‘saber estar’ envidiable. “Santa Teresa vivió siempre con los ojos puestos en el cielo, pero con los pies bien asentados en la tierra. Sus raptos místicos, sublimes, no le impidieron vivir en la realidad del presente y realizar la reforma del Carmelo, obra admirable de la Santa” (Joaquín Rodrigo).
Alguien dijo de ella que era “Teresa la de la gran cabeza”, queriendo destacar sin duda la gran capacidad para organizar que poseía, su enorme sentido común, su tacto, su inteligencia…; pero sobre todo Teresa tenía en gran medida las dotes de una madre. “Teresa de Jesús será, para todos, sencillamente la Madre (Alberto Campos). Y es propio de cada madre el amar, pues “Si el amor –como dijo la santa- consiste en perseverar con gozo y con paz en medio de las adversidades” y en dar la vida, así lo hizo la Santa de Ávila.
Teresa tenía, como ya hemos apuntado, un gran encanto personal, una gran simpatía, una alegría contagiosa, una gracia especial para hablar y la gente que la trataba, gozaba con ella. Así el Licenciado Aguiar, medico que la atendió en Burgos decía: “Tenía la santa madre Teresa una deidad consigo, que se le pasaban las horas de todo el día con ella sin sentir; y menos que con gran gusto, y las noches con la esperanza de que la había de ver otro día; porque su habla era muy graciosa, su conversación suavísima y muy grave, cuerda y llana.
Entre las gracias que tuvo, una de ellas fue que arrastraba tras de sí a la parte que quería y al fin que deseaba a todos los que la oían; y parece que tenía el timón en la mano para volver los corazones, por precipitados que fueran, y encaminarlos a la virtud”.
Alguna monja de la Encarnación decía sutilmente que Teresa tenía la propiedad de la seda dorada, porque venía bien con todos los matices, se hacía a las condiciones de todos para ganarlos a todos. Y Fray Luis de León, la define como «la piedra imán que a todos atrae».
Respecto a ser una mujer divina, coincidimos en elogiar su sentido de Dios, su magisterio al enseñar a orar a todos los que la rodeaban, su inspiración para hablar y escribir de los más intrincados misterios del alma humana, y entendemos, en fin, su santidad como hecha de fortaleza, de humildad y amor.
Otro personaje ilustre (Enrique de Ossó) tuvo gran devoción y amor a Teresa de Jesús y la llamaba «robadora de corazones», y dirigiéndose a la Santa la define como: «la amada de mi corazón”. «Santa Teresa de Jesús, decía Ossó, hace amable la virtud y enciende en las almas el espíritu de fe y de amor de Dios».
Podemos afirmar de santa Teresa de Jesús que vivió con los ojos puestos en el cielo y con los pies muy pegados en la tierra