Durante su última visita a China, el mes de septiembre de 2010, el presidente ruso, Dimitri Medvedev, sorprendió a una estudiante del Instituto de Lenguas Extranjeras de Dalian absorta en la lectura de Guerra y Paz, la gran novela épica de León Tolstoi. «Es muy interesante, pero muy voluminosa. Son cuatro tomos«, le advirtió el líder del Kremlin.
Si bien en Rusia la obra está prescrita como lectura obligatoria en las escuelas, en España son muchos quienes se leen la que probablemente sea la mejor novela de todos los tiempos. «Cuando se lee a Tolstoi, se lee porque no se puede dejar el libro«, decía Vladimir Nabokov, convencido de que la amenidad no tiene por qué estar reñida con la amplitud.
Una buena o mala lectura, puede hacer un gran bien, puede orientar o desorientar a un adolescente. Santa Teresa de Jesús tuvo la suerte de tener unos padres amantes de la lectura y así ella heredó esta afición. Se embebía en los libros, gastaba muchas horas del día y de la noche en este menester y ella misma confiesa que si no tenía libro nuevo no tenía contento.
Su madre era aficionada a leer libros de caballerías y estaba en contacto directo con los hijos para enseñarles a rezar e introducirles en la lectura. A su padre le gustaba leer buenos libros, y así los dos tenían escritos de romance para que leyesen sus hijos. No cabe duda de que la lectura de buenos libros influyó enormemente en el proceso espiritual de Teresa
Fue amiga de letras y letrados. A ellos recurre para que le den el sentido auténtico de la Palabra Bíblica, buscando la verdad de la Escritura: “Es gran cosa letras, porque éstas nos enseñan a los que poco sabemos, y nos dan luz, y llegados a verdades de la Sagrada Escritura hacemos lo que debemos”. Los letrados además le ofrecen garantía de una lectura de la Biblia en comunión con la Iglesia. Cualquier experiencia espiritual, decía, hay que confrontarla con los letrados, pues son buenos los maestros de buen entendimiento y que tengan experiencia. Gran cosa son las letras, afirmaba Teresa, y así recomendaba a sus hijas el informarse de quien tenga letras, que en ellas hallarán el camino de la perfección con discreción y verdad. “(…) Mi opinión ha sido siempre y será que todos los cristianos procuren tratar con quien las tenga buenas, si puede, cuantas más mejor. Y los que van por el camino de la oración tienen de esto mayor necesidad (…) Y tratar con letrados es de mucha ayuda, si son virtuosos».
Quiere que los maestros y confesores sean inteligentes que tengan buen entendimiento y tengan experiencia. Así, alaba a san Pedro de Alcántara porque era muy afable y tenía muy lindo entendimiento. A san Juan de la Cruz le llamaba su “Senequita” porque tenía mucha oración y buen entendimiento.
Su encuentro con Fray Juan de la Cruz es definitivo para los dos. El descubre lo que tanto tiempo había buscado y ella al teólogo y santo que pondrá los cimientos del Carmelo masculino. Y junto a San Juan de la Cruz, el P. Gracián, el otro gran pilar sobre el que Teresa hizo sostenerse el edificio de su reforma. De él, de Gracián, Teresa refiere en el libro de las Fundaciones: “…hombre de muchas letras entendimiento y modestia, acompañado de grandes virtudes toda su vida, que parece nuestra Señora le escogió para bien de esta orden primitiva”. Su admiración y amor por él son verdaderamente singulares. Cuando le conoce queda deslumbrada por su buen hacer y su mejor saber y desde ese momento sus vidas quedarán unidas para siempre.
Y el Señor fue el libro vivo y verdadero para Teresa. Jesucristo fue su libro vivo. Ella, lectora apasionada desde niña de libros de santos, espirituales, tanto que “si no tenía libro nuevo no tenía contento”). Cuando veo la afición de Teresa a los libros, recuerdo a Dostoyevsky, cuando estaba prisionero en la Siberia, alejado del mundo, entre cuatro paredes y cercado por desoladas llanuras de nieve infinita; y pedía socorro en carta a su lejana familia, sólo decía: ‘¡Enviadme libros, libros, muchos libros para que mi alma no muera!’. Tenía frío y no pedía fuego, tenía terrible sed y no pedía agua: pedía libros, es decir, horizontes, escaleras para subir la cumbre del espíritu y del corazón. Porque la agonía física, biológica, natural, de un cuerpo por hambre, sed o frío, dura poco, muy poco, pero la agonía del alma insatisfecha dura toda la vida.
«Cuando se lee a Tolstoi, se lee porque no se puede dejar el libro«, decía Vladimir. Cuando se lee a Teresa se lee su alma y corazón sorbiendo en ellos el caudal de vida que hay en sus escritos.