Arañaste, cruel, su alma,
sin pedir permiso, sin decir adiós.
Heridas de un ayer equivocado,
el corazón agrietado dolorido de los dos.
Pluma que el viento posó en su regazo,
caricias que quiso esconder.
Su alma se quebró en mil pedazos,
y su lagrimal, se empezó a humedecer.
¿Eran lágrimas de tu aliento?
¿Eran lágrimas de tu ser?
Era su amor sollozando,
le dolió ver llorar a esa mujer.
Fue ahí, cuando su alma se dio cuenta,
que a esa niña amaba sin querer.
Suspiros que ocultaban sus miedos,
silencios impregnados del atardecer.
Un amor inerte e inacabado…
Ese beso la hizo de nuevo creer.
No recordaba su corazón palpitando,
ni esa manera bella de querer.
Sus dedos recorrían suavemente su cuerpo,
en sus entrañas quería florecer.
Arañaste, cruel, su alma.
Tuvo miedo… pero sin dudar caminó.
Sus manos de ella cuidaron,
sutil y despacio su amor la enamoró.