El brillo de la luz es tu mirada,
tus cabellos despeinados sobre la calzada.
Aquel cruel adiós que el anochecer nos regaló,
las lágrimas quebraron nuestro eterno amor.
Tumbada, sonreías sin apenas poder,
tu sangre recorría cada poro de tu piel.
Humedecí tus labios con los míos,
no me hice a la idea de que te iba a perder.
Cielo traicionero, maldito seas,
te enamoraste de mi mujer.
Juré siempre amarla hasta la muerte,
sus caricias sé que te van a enternecer.
Pintada al óleo, tu espíritu amo,
mis susurros te van a estremecer.
Lucha, mi niña, contra el viento,
ayer, hoy y mañana te amaré.
Falleciste en mis brazos lentamente,
no pudiste más conservar tu ser.
Te acompañé afligido al tanatorio,
queriendo aún a tu lado envejecer.