Era el día de esa cita en París, el 21 de mayo de 2019, una entrevista importante, un día que me sacó « canas verdes de tanto pensarlo » y que de acuerdo al resultado, se marcaría el inicio de una nueva vida para mí y aunque no es mal de morir uno se empeña en atormentarse pensando ¿qué pasará en el futuro? Y la ansiedad te carcome… al menos a mí.
Ese martes estuvo atropellado por mi angustia y por el tráfico, por mis pensamientos y por el tiempo, por mis ganas de que todo saliera bien y por los percances de la vida. Yo estaba perdida en el laborioso metro. Yo tenía que estar a las 14h en mi entrevista. Era la 1 y 40 y no estaba ni cerca de llegar. Estaba en una estación alrededor del río Sena. ¡Bellísimo el río! pero yo aún no sabía cómo llegar.
Subí a un ascensor sin puertas, que parecía el convencional pero que luego se transformó, me causó terror, llegué a la cima y me lanzó, como quien escupe un chicle. Al final sonreí porque me dio gracia la sorpresa del aparato, y… seguía sin saber a donde ir.
No encontré el camino arriba y bajé , ya no en un ascensor sino en unas escaleras eléctricas de rampa. También extrañas. Iban tan rápido que no me dejaban precisar las formas del exterior. Tan rápido que me trasladé a algún momento de mi infancia en una montaña rusa junto a mi padre asustado por tanta adrenalina a su edad. Iba tan rápido que me divertí por unos segundos.
Yo no estaba preparada para la entrevista, no estaba vestida acorde para una entrevista, no estaba a tiempo de llegar a la entrevista. Nada era coherente y mi angustia sobrepasaba los límites. Corrían los minutos.
Perdí uno de mis zapatos en la escalera eléctrica, ¡De película! en algún lado cayeron, y me pareció encontrarlos en un callejón poco iluminado, solo sé que metí mi pie como pude y seguí, hasta que los sentí apretados, raros, como si no fuesen de ese pie, y no eran de ese pie. No era mi zapato.
Por un momento quise desistir y lloré, lloré mucho, hacía tiempo que no dejaba salir mis lágrimas y ese día fue necesario. Pero aún así, con zapatos diferentes, el aspecto desordenado y lágrimas en los ojos yo tenía que estar en mi entrevista.
Alguien me observaba en silencio desde un poste en una calle parisina, nunca supe descifrar su rostro, pero estaba tranquila. Me recostó en su hombro y encontré la paz. Él me besó y yo quise hacerlo también. Fue un beso tímido… pienso en la magia de ese instante. Pienso en las cosas maravillosas que pasan sin avisar.
Mientras él me orientaba y me llevaba a mi destino, en un barco en medio del río Sena, yo quería saber de su vida, aunque solo era un misterio. Sólo recuerdo en sus palabras: «a veces menciono tu nombre, Katiuska…
Y abrazada junto a él veía por la ventanilla del barco cómo fluía el mar, lo tenía cerquita, solo de sacar la mano y tocarlo y, reflexionaba en que todo tiene que ser como el mar: sabio, sigiloso y profundo.
Seguía el camino. Nunca llegué a la entrevista, desperté antes de saber el final o quizás ese fue el final.
Yo estaba soñando…