Nunca morirás para mí,
entre lágrimas le susurro.
Su niña tumbada en la carretera,
con su mirada se despidió.
Jamás había amado tanto,
como a ella, su bella flor.
Beso lentamente sus labios,
de nuevo se enamoró.
Nunca morirás para mí,
afligido y en silencio sollozo.
Serás tú mi bella durmiente,
la niña que fiel amo yo.
Acarició suave su rostro,
le dijo: eres tú mi gran amor.
Ambos entrelazaron sus dedos,
miraron la luz sin temor.
Nunca morirás para mí,
llorando le repitió.
Clavó un puñal en su pecho,
con su princesa partió.